jueves, 13 de octubre de 2011

EL COMO Y EL POR QUE DEL MCC

Presentación


El CÓMO Y EL PORQUÉ es un libro que cada vez será más querido y admirado por los dirigentes del Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Lleva en sus páginas no sólo la pátina del tiempo y de la historia, sino también el marchamo de la autenticidad primitiva. En él pusieron el alma y la vida Capó, Eduardo y los primeros dirigentes de cursillos. Sus nombres no constan en el libro; pero están ahí sus manos, sus talentos y muchas horas de experiencia, de reflexión y de estudio.
        Cuando aún no se conocían otras publicaciones, ni aun siquiera se había pensado en su  posibilidad, EL CÓMO Y EL PORQUÉ, multicopiado a cyclostil  o pacientemente copiado a punto de pluma, corría de mano en mano como norte  y guía de cuantos tenían que invertir en la dirección de un cursillo.
        El CÓMO Y EL PORQUÉ no es un tratado de pedagogía sobre Cursillo. Nunca se propusieron tal objetivo sus autores. Pero, estudiado detenidamente, bien merece los honores de tal rango.
        Es la quinta esencia de todo lo que debe hacerse; un código esquemático abreviado de cuanto se hizo al principio, tan acertado, que difícilmente perderá el sello de la actualidad en cualquier época o momento.   
        Publicado más tarde en la Sección IDEARIO del Boletín Informativo del Secretariado Nacional de España, sirvió de libro de texto en muchas Escuelas, hasta tal punto que, al producirse la inevitable sustitución de los Dirigentes veteranos, no pocos Secretarios nos venían pidiendo su edición en libro aparte para no tener que verse precisados a reproducir cada año copias y copias de las páginas de la revista. 
        Como todo llega en este mundo, también le toco el turno a EL CÓMO Y EL PORQUÉ, y el Secretariado Nacional se enorgullece de póder prestar este magnífico servicio a los Dirigentes del mundo.
        El Secretariado Nacional no ha tocado ni una coma. El libro pertenece, pues, en su integra totalidad a los iniciadores, y a ellos es a quienes hay que agradecérselo. Nosotros no hemos hecho más que recoger los artículos del Boletín Informativo y darlos a la imprenta.
        Aquí tenéis, pues hermanos y amigos, este tesoro, que no dudamos aceptaréis con la mayor ilusión, alegría y agradecimiento.





EL SECRETARIO NACIONAL








Notas para un estudio de los Cursillos de Cristiandad

INTRODUCCION

        A seis años de distancia del primer Cursillo y con la experiencia de una eficacia más de cien veces comprobada, es posible y aun necesario precisar y definir, a la luz de un objetivo análisis, la esencia y las características, “el cómo y el porqué” de los Cursillos de Cristiandad.
        La necesidad de esta razonada precisión de conceptos, cuyas dificultades no se nos ocultan, es tanto más evidente cuanto que escritos aparecidos, con mejor intención que conocimiento de causa, acerca de los Cursillos, adolecen de no pocas inexactitudes que fácilmente pueden inducir a error a quienes carezcan de una información de primera mano.
        Esta necesidad es aún mayor si se tiene en cuenta que cierto injustificado afán de modificar o adaptar los Cursillos, sobre el que Proa ha tenido que llamar la atención en varias ocasiones[1], por falta de una clara definición de los puntos que deben considerarse esenciales, podría dar origen a graves desviaciones que, al repercutir sobre sus frutos, minarían su prestigio.
        Nuestro  intento no es otro que el de dar desde estas columnas de Proa – órgano oficial de los Cursillos de Cristiandad – una respuesta autorizada a tantos interrogantes como a diario se formulan en torno a los Cursillos, y señalar con criterio objetivo y al margen de discusiones, aquellos aspectos más fundamentales de sus estructura, de su finalidad y de su eficacia, y que habrán de tenerse en cuenta siempre que no se quiera correr el riesgo de desfigurar lo que, en Mallorca, la voz autorizada del Obispo ha calificado de “obra divina, inspirada por Dios, impulsada por el Espíritu Santo, gobernada por la Jerarquía”[2], y ha llamado “Cursillos de Cristiandad”[3], nombre que responde a una realidad concreta, definida y precisa.

I.  UN POCO  DE  HISTORIA


        Los Cursillos dejaron ya de ser una teoría para pasar a la categoría de un hecho de consecuencias y resonancias cada día mayores. Si el rigos científico no permite clasificarlo todavía dentro del capítulo de los hechos que, por sus características, constituyen el objeto propio de la historia, la fuerza de su irradiación y la constante experiencia de su eficacia sostienen fundamentalmente nuestra íntima convicción de que pronto la historia de muchas cristiandades no podrá prescindir de ellos y de que los Cursillos tendrán en el futuro todas las características de un hecho histórico. Por ello, sin olvidar la imperiosa necesidad de fundamentar nuestras afirmaciones sobre la incontrastable realidad de los hechos, iniciamos este estudio, por lo que, hecha la precedente salvedad, podríamos llamar la historia de los Cursillos de Cristiandad.

I. Origen  de  los  Cursillos  de  Cristiandad


        A fin de evitar lamentables confusiones, es preciso denunciar desde el primer momento y con toda claridad el error de quienes pretenden atribuir a los Cursillos un origen improvisado o fortuito. Es falso afirmar, como por desgracia sabemos que se ha hecho, que los Cursillos no son sino la feliz repetición de un primer Cursillo que, improvisado al azar y sorprendidos por sus resultados, hiciera pensar en la reiteración de lo que había sido una casual y afortunada experiencia; es falso por la sencilla razón de que, al iniciarse los Cursillos, se sabía muy bien lo que se pretendía, se tenía experiencia de los medios con que se contaba y se conocía el porqué de tal intento.
        Es además absurdo, puesto que los Cursillos, como todo hecho humano, no se presentaron de improviso, sino precedidos de un largo período de gestación, cuya existencia no puede ignorarse, ya que en él descubrimos las causas y encontramos, prefiguradas al menos, las ideas fundamentales que, desarrolladas luego, constituyen las esencias más características de los Cursillos de Cristiandad. La transcendencia de este conocimiento nos impone el análisis de los antecedentes – hechos e ideas – a los que deben su origen los Cursillos de Cristiandad.

A.- ANTECEDENTES HISTORICOS.

        Retrocediendo algunos años, si analizamos la actuación de la juventud de Acción Católica de Mallorca – los Cursillos nacieron en el seno del Consejo Diocesano de los Jóvenes – nos encontramos con un largo período (1941- 1948) en el que todas las actividades apostólicas se centraron casi exclusivamente en la preparación – espiritual sobre todo – de la Peregrinación a Santiago. Es entonces cuando se dibuja y perfila el ideal y el estilo peregrinante, plasmación de la concepción apostólica de la juventud, y del que se impregnan primeramente los dirigentes mediante los “Cursillos de Adelantados de Peregrinos” que, en número de seis, y dirigidos por propagandista del Consejo Superior, se celebran durante estos años en nuestra Diócesis. Los resultados de estos Cursillos, por lo que a nuestro interés se refiere, fueron, entre otros, la movilización apostólica de los dirigentes de entonces, la captación e incorporación de nuevos dirigentes (cuya influencia iba a ser decisiva en la realización de los Cursillos de Cristiandad), y la siembra en todos ellos de inquietudes apostólicas que iban más allá del objeto concreto de la Peregrinación a Santiago.
        Estas inquietudes y energías nuevas desembocan pronto en los llamados “Cursillos de Jefes de Peregrinos”, llevados a cabo por dirigentes del Consejo Diocesano según las líneas fundamentales de las anteriores. Desde 1942 a 1948 se celebraron cinco Cursillos y en ellos pudo observarse – según ya se presentía – que el contenido luminoso del cristianismo era captado en toda su amplitud e intensidad por quienes vivían al margen, no sólo de la Acción Católica, sino también de la religión, los cuales se inflamaban y llenaban de Cristo en pocos días. Con todo esto no cabía duda de que Dios ponía ante la consideración de los dirigentes de la Juventud de la Acción Católica mallorquina una fuente inagotable de apostolado.
        La Escuela de Dirigentes de entonces – laboratorio de investigación y al mismo tiempo campo de experiencias apostólicas – tomó sobre sí la tarea de estudiar este hecho en toda su extensión y de llevarlo hasta sus últimas consecuencias. En definitiva, no se trataba sino de hacer llegar a quienes vivían lejos de la Acción Católica la encarnación viva del cristianismo auténtico, o, dicho en otras palabras, realizar prácticamente el pensamiento pontificio acerca de la auténtica Acción Católica: construir “una cristiandad ejemplo y guía para el mundo profundamente enfermo”[4].
        Los hechos anteriormente señalados, y cuyo detallado estudio sería excesivamente largo, nos llevan a formular la siguiente conclusión: De los cursillos de Jefes de Peregrinos, fundados sobre los de Adelantados, surgió la idea de algo nuevo que, incubado largo tiempo, estudiado con detención y experimentado en los Aperitivos de Cursillos (su nombre indica el tamaño), germinó por fin en lo que son ahora los Cursillos de Cristiandad.
        La Peregrinación a Santiago, en la que participaron 700 jóvenes de la Diócesis, constituyó el ambiente propicio y hasta la exigencia del nacimiento de los Cursillos de Cristiandad (enero de 1949). Así pudo decir nuestro Obispo, refiriéndose al origen de los Cursillos: “al oír lo que de vuestros Cursillos he oído, diría que en la grandiosa Peregrinación a Santiago robasteis la espada  al apóstol para producir un desgarrón en el manto del cielo por donde descienden a torrentes la Gracia divina sobre la juventud”[5].
        Esta íntima conexión entre el origen de los Cursillos de que Cristiandad y las jornadas llenas de emoción vividas de cara a Santiago era ya señalada en Signo, al cumplirse el primer aniversario de la Peregrinación, contra algunas voces derrotistas; “Mallorca, que sintió hundirse profundamente en la carne viva de sus setecientos peregrinos la semilla compostelana, alza ahora su bandera contra toda campaña derrotista... ¡El espíritu de Santiago no ha fracasado! Bastaba que una llama prendiera en alguno de los rincones de la Patria para que el espíritu de la peregrinación se hubiera salvado. Y hoy podemos asegurar que, al menos, el fuego de Santiago prendió en Mallorca”[6].
        Señalados los antecedentes históricos de los Cursillos de Cristiandad, debemos aclarar, sin embargo, que estos Cursillos son específicamente distintos de los Cursillos de Adelantados o de Jefes Peregrinos. La afirmación de que “después de la peregrinación creyóse necesario proseguir la labor formativa de los cursillos, pero siendo excesivamente caro el traslado de los jóvenes a la Península, decidióse organizar cursillos en la Isla...   Así nacieron, poco a poco, los de Cristiandad”[7] es una afirmación inexacta, ya que los Cursillos no son la continuación o adaptación de aquellos antiguos cursillos, sino algo nuevo y distinto de lo anterior, el resultado “de un trabajo incansable y productivo, ¡milagrosamente productivo!, en la creación de un nuevo tipo de cursillo”[8], como hace años afirmábamos ya.


B.- ANTECEDENTES  IDEOLOGICOS

        La visión completa de los orígenes de los Cursillos de Cristiandad exige, además del estudio de los antecedentes históricos, un análisis detenido de sus antecedentes ideológicos, origen y desarrollo de las ideas que presidieron el período de gestación de los Cursillos y que, manteniéndose idénticas a sí mismas a través de todos ellos, constituyen las líneas fundamentales de sus características y vienen a ser como la clave y explicación de todo lo hecho.
        Tengamos, sin embargo, presente que, como la estructuración de los Cursillos forma un todo orgánico y vital, un análisis de esta índole encierra siempre el peligro de convertirse en una disección fragmentaria, a todas las luces insuficiente para formarse una idea cabal y exacta de la esencia viva de los Cursillos. Valga esta advertencia previa a fin de precaver confusionismos siempre peligrosos y evitar infundadas y funestas incomprensiones.

Origen de esta ideología

         Los cursillos de Cristiandad – lo dijimos ya – no son hijos de la improvisación ni del acaso, ni su ideología debe atribuirse a una iluminación o revelación o considerarse como un invento, sino que es efecto de un largo proceso de maduración y fruto de una búsqueda tenaz, apasionada y constante. Podríamos decir que, en síntesis, no es sino el desarrollo de aquella inicial inquietud apostólica despertada en Mallorca por los Cursillos de Adelantados de Peregrinos, la cual, partiendo de un núcleo central del pensamiento católico y encaminada siempre hacia la mayor eficacia, cristalizó, por la gracia de Dios, en una visión ecuménica de todo el problema apostólico. Este fue el origen de un pensar del que surgieron todas las ulteriores realizaciones.

Características de este Pensar

         Sería difícil analizar hasta los más mínimos detalles las características que desde los primeros momentos definieron esta ideología; al principio no fue sino una aspiración menos concreta que, perfilándose cada día más gracias a la acción de la Gracia sobre quienes aprestaban su entrega total, desembocó al fin en la realización práctica de los Cursillos. Pero dentro de esta larga trayectoria se puede deslindar claramente lo que podríamos llamar las líneas fundamentales del nervio ideológico de los Cursillos de Cristiandad, y que es ahora nuestro objetivo señalar con precisión. Tales son:
a)   Un concepto triunfal del cristianismo, que es el único exacto y verdadero, como solución integral de todos los problemas humanos, en contraposición con la concepción aburguesada, estática, conformista e inoperante, que de cristiana no tiene sino el nombre que usurpa.
b)   Una visión dinámica del catolicismo militante, extendiendo el apostolado no como una superabundancia, sino como una exigencia de vida que, lejos de realizarse en una organización burocrática, constituye la vanguardia decidida del Reino de Dios, el fermento vivo y operante de la iglesia.
c)   Un principio de insatisfacción sincero, recto e ilusionado, único punto de partida posible para toda acción eficaz inagotable de múltiples y siempre mejores realizaciones.
d)   Un conocimiento profundo y exacto de los hombres de hoy, de sus problemas y de su angustia; pero un conocimiento experimental, vivo, sacado no de fórmulas estadísticas o tomado de “manuales sencillos y prácticos”, sino aprendido en la vida misma, nacido de la convivencia íntima con la masa que el fermento evangélico debe vivificar.
e)   Un convencimiento profundo de la insuficiencia o inadaptación de ciertos métodos para conseguir el objetivo esencial de toda acción apostólica, convencimiento que, lejos de esterilizarse en lamentaciones  o resignarse a la fatalidad de los acontecimientos, impulsaba con creciente interés a la vitalización de todo lo aprovechable y a la búsqueda de nuevos y fecundos horizontes.
f)    Una firme convicción de que era realmente posible que cuantos vivían al margen de lo religioso sintieran la fuerte sacudida de la gracia y que, por más alejados que estuvieran de Cristo, eran capaces de entregarse totalmente a Él, siempre que se les presentaran las cosas de Cristo y de su iglesia tales como son en sí, prescindiendo, si era necesario, de cualesquiera preferencias o criterios personales por más arraigados que estuvieran, y que, en último término, no eran sino aspectos accidentales.
g)   La firme esperanza de que, al llevarse a cabo esta experiencia, sucedería lo mismo que en tiempo de Cristo: las samaritanas y los zaqueos se convertirían en los más dinámicos apóstoles del Señor.
h)    Un esfuerzo tenso por encontrar una técnica de realización concreta que, calcada en los procedimientos apostólicos, tuviera en cuenta los problemas personales y las exigencias concreta de cada individuo para solucionarlas de raíz, con una solución que partiera de Cristo y de su gracia aceptados como fuerza y peso que influenciaran toda su vida.
i)     La convicción de que la solución era simple, y, por simple, universal; por ello debía vivirse en el Cursillo la catolicidad efectiva de la fe al toparse en una misma solución y en un mismo ambiente, aunque lanzadas a distintos horizontes, las diferentes clases y las diversas culturas.

Fuentes

        Estas fueron las características de un criterio apostólico definido mucho antes de comenzar los Cursillos, y que arranca de las fuentes mismas del único y auténtico criterio cristiano. Se trataba de realizar aquellas certeras palabras del Presidente de la Junta Técnica Nacional: “La Juventud de Acción Católica debe salvar las energías de la juventud española que, acaso, padece en este momento el aburrimiento peligroso de la inactividad, despertándola con el grito de cruzada del Romano Pontífice para la construcción de un orden nuevo, hecho con lozanía y vigor de cristianismo primitivo, modelado y trazado por el Magisterio Pontificio, según las líneas puras del Evangelio”1.
        Y fue en realidad el Evangelio – entendido como la solución definitiva aportada por Cristo para los problemas de todos los tiempos – la primera y decisiva fuente de oración y de estudio; pero el Evangelio tomado plenamente, sin mutilaciones ni adaptaciones arbitrarias. Y junto a él, como expresión la más elocuente de su eficacia, el libro de los Hechos de los Apóstoles, primer  libro de acta del cristianismo.
        Como el cauce por el que debería discurrir esta inquietud no podía ser otro que el de la Acción Católica, se imponía el estudio profundo del pensamiento pontificio acerca de la Acción Católica, tan diversamente interpretado. Este estudio hizo ver claramente que lo que el Vicario de Cristo se proponía al instituir la Acción Católica no era fundar una asociación más, sino construir sólidamente una cristiandad viva y eficiente y que, al definirla “no sin divina inspiración como la participación de los seglares en el apostolado jerarquico”2, proponía algo realmente genial. Se trataba no de una revolución, pero sí de una autentica evolución en la táctica y en los efectivos apostólicos; en adelante, junto a la misión apostólica de la jerarquía, estaría firmemente ligada la misión de los seglares en “un ministerio que no dista mucho del sacerdotal”3, y que exigía para ellos un estilo propio y definido, sacado de la misma doctrina de la Iglesia y alimentado por la misma fuente sacramental de la gracia.
        Este pensar encontró además su firme apoyo y segura dirección en la luminosidad del más genuino pensamiento católico actual4. Algo publicó ya “Proa”5 sobre este asunto. Ante la imposibilidad de reproducirlo íntegramente o de transcribir las páginas de quienes tuvieron su parte más o menos influyente en este aspecto, citaremos solamente los siguientes párrafos de uno de ellos:
        “Despertar (habla del fin de la A.C.) la conciencia viva del Catolicismo integral, realizarlo totalmente en la vida, a fin de restablecer la unidad entre la religión  y la vida y hacer de la religión no ya una religión para niños, sino una religión adulta, una religión para personas mayores, lo que exige no solamente el conocimiento de la doctrina, sino del terreno y del sujeto, más exactamente todavía la asimilación vital de esta doctrina por los miembros mismos del ambiente, teniendo en cuenta las condiciones concretas en las que han de vivir, sus peligros, sus reacciones favorables, condiciones que sólo ellos, viviendo en ese ambiente, pueden conocer y hacer conocer.”
        “De aquí se sigue la necesidad de emplear el mismo método concreto, viviente, psicológico que abandone las conferencias y los discursos, y los razonamientos en serie, y parta de los hechos, de los hechos de “su” vida, religiosa, familiar, social, mundana, profesional (las lecturas y las conversaciones, las tardes de reunión y los espectáculos, el cine y el teatro, las revistas, los diarios, el trabajo y las vacaciones). La lista es indefinida como la vida misma”.
        “Se trata de desmontar así, pieza por pieza la vida entera para reconstruirla íntegramente a la luz del cristianismo. Toda la doctrina y toda la moral irán reapareciendo y edificándose en contacto con la realidad, no ya ensambladas artificialmente, sino traídas, como respuesta a una cuestión, a un anhelo, a una necesidad, al llamado profundo de toda la naturaleza humana que exige injertarlas en toda la estructura de la existencia vivida.”
        “A quien quisiere hacer la experiencia de ello, se le puede prometer el más apasionante viaje y los más interesantes descubrimientos, en esos libros vivientes que son los hombres, cuyas paginas se aprende a leer, no hablando (cosa que todos sabemos hacer), sino escuchando, lo que es infinitamente más raro y más difícil.”
        “¿Qué se descubriría? Lagunas insospechadas, al menos allí donde menos se las esperaba o más graves de lo que se pensaba. Pero también recursos (igualmente insospechados o que por lo menos no son apreciables en todo su valor); las cualidades naturales de la raza y ese viejo fondo cristiano de un país que tiene, a pesar de todo, quince siglos de cristianismo en la sangre; y por encima de toda una rectitud, una lealtad profunda, una franqueza y una simplicidad para abordar los temas más serios, los más íntimos y confesar sus deficiencias.”
        “¿Qué más se descubriría? La alegre sorpresa de una necesidad indomable de un hambre profunda de lo espiritual, aunque entre aquellos de quienes menos se esperaría entre los mundanos y los dichos incrédulos, que no logran disimular, ni ahogar con el ruido de las distracciones, el sufrimiento de una posible fuga de sí mismos, y la angustia de una secreta insatisfacción.”
        “Lo que se descubriría en ese análisis sería la necesidad de revalorizar una doctrina estancada, de hacer pasar de la subconciencia a la conciencia un catolicismo tradicional, una religión que, en todo instante, tiene necesidad de ser revelada a los hombres. Y se llegaría a la conclusión de que la clase burguesa, en definitiva se asemeja mucho a todas las otras: tiene, como todas las otras, sus defectos y  sus cualidades.”6
           Asimilada esta doctrina y experimentada en sus diversos resultados, faltaba sólo el troquel con el que modelar a cuanto fuera posible, inyectándoles el vigor y la fuerza renovadora del ideal pleno del cristianismo: y este troquel fueron los Cursillos. Pero mucho antes de comenzarse los Cursillos estas ideas habían hecho ya una doble y esencial aportación: Habían definido e impregnado la mentalidad de los dirigentes, y ofrecían el cuerpo de doctrina que formaría el contenido de los rollos fundamentales del Cursillo, estructurados también antes de celebrarse el primero.

No existieron otras influencias

        Para completar esta visión falta solamente decir algo sobre las posibles influencias de otras obras apostólicas. Hemos de decir primeramente que tales influencias no existieron y que, si alguna coincidencia existe respecto de otras obras, tiene suficiente explicación en la identidad de la fuente doctrinal de donde emanan y en la identidad del fin a que se dirigen, sin que sea necesario recurrir a una mutua influencia. Digamos, no obstante, dos palabras acerca de cada una de las obras en las que se ha querido ver como una fuente de inspiración. Se ha hablado en primer lugar de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio; hemos de decir claramente que los Cursillos no son una adaptación de los Ejercicios Espirituales, respecto de los cuales existen notorias diferencias: “Existen diferencias respecto a los ejercicios, por las verdades manejadas, por el enfoque de las mismas y por los objetos que se persiguen. En los Ejercicios se manejan varias verdades, encaminadas a ordenar la vida según ellas; en los Cursillos, una sola: vivir la Gracia con plena y refleja coincidencia; pero, además, vivirla compartida y proyectada. En los Ejercicios, el mismo enfoque de su silencio ambiental lleva a buscar y resolver el problema personal; la convivencia y régimen de los Cursillos busca un clima de equipo. Respecto a los objetivos quedan señalados al hablar de las verdades. La finalidad del Cursillo y de los grupos en que deriva no es convivir unas horas en una misión, sino compartir realmente la vida entera con los demás; las ilusiones y los esfuerzos, las mismas luchas, ya que juntos combaten las de unos y las de otros. En cuanto a otros cursillos su resultado establece la posible diferencia”7.
        También se han querido ver posibles influencias por parte de la J.O.C. de Bélgica. Respecto a este punto, valga la observación hecha en cuanto a las obras de parecida o idéntica inspiración y finalidad. Digamos también que de la J.O.C. no se tuvo otro conocimiento que el de su existencia, así como de algunas de sus manifestaciones o publicaciones, y aún muy pocas sin contacto alguno con su espíritu y vitalidad, elemento que sería necesario para que pudiera hablarse de una tal influencia.
        Por lo que se refiere a otros cursillos, los de Adelantados de Peregrinos, ya quedó indicado en el número anterior la influencia que pudieron tener, y cómo los Cursillos de Cristiandad “no son la continuación o adaptación de aquellos antiguos Cursillos, sino... un nuevo tipo de Cursillo”8. En cuanto a los llamados Cursillos de formación, su eficacia y sus resultados fueron siempre tan escasos – la experiencia lo demuestra – que su influencia en los Cursillos de Cristiandad fue realmente nula.
        También se han comparado los Cursillos de Cristiandad con el Instituto Secular “Opus Dei”. Creemos que las diferencias entre ambos son tantas, que los parecidos que pueda haber son únicamente aparentes, ya que su finalidad, sus medios, su estilo, y su técnica son completamente distintos.
        Con lo dicho quedan descritas las líneas generales (antecedentes históricos y antecedentes ideológicos) del origen de los Cursillos de Cristiandad. Queremos hacer resaltar, sin embargo, la decisiva importancia que tuvo y que tiene la mentalidad que precedió su preparación, pues a ella hay que recurrir para entender algo de la esencia de los Cursillos, y con ella hay que contar para conseguir lo que, por la Gracia del Señor, con éstos se ha logrado.  

II.  A  LARGO  DE  125  CURSILLOS


A.-  COMIENZO  Y DESARROLLO

        El anterior capítulo lo dedicábamos al estudio de los orígenes de los Cursillos de Cristiandad, a través del doble análisis de sus antecedentes históricos e ideológicos; veamos ahora, siquiera a grandes rasgos, sus comienzos, desarrollo y expansión.

Una fecha decisiva


         Fue en la tarde del 7 de enero de 1949. Veintidós jóvenes subían con los dirigentes al viejo monasterio de San Honorato para asistir a lo que iba a ser el primer Cursillo. Tres días después existían los veintidós primeros  cursillistas y el primer Cursillo era ya una realidad.
        Así, con la silenciosa sencillez de los grandes comienzos, empezaron los Cursillos. Y esta fecha, que para muchos pudo pasar inadvertida, quedó convertida en una fecha decisiva; más que indicar una meta, constituía un punto de partida.

Cómo  fue  el  primer  Cursillo


        Ya dijimos anteriormente que el primer Cursillo no fue una improvisación, sino la culminación de un largo período de preparación; estaban a punto hasta los más mínimos detalles de organización.
        Para quien ha vivido un Cursillo, le bastará recordarlo para saber lo que fue el primero; para quien no lo haya vivido, la descripción aún minuciosa de todos sus detalles le dejaría sin saber  lo que realmente fue. Por que el primer Cursillo fue, ante todo, lo que han sido todos los demás. Oigamos cómo se expresa uno de los asistentes: “Allí el espíritu se eleva, ingrávido, por encima de las pequeñeces y los prejuicios de la cosas terrenas...; uno se siente remozado y vivificado por la generosa lluvia de gracias que envía Dios... Cánticos y risas de los cursillistas..., y un ambiente en que la caridad de Cristo, en que la alegría de vivir en Cristo, parece que estalla en los corazones. Por las noches, a la luz de las palmatorias y de los quinqués, las decurias ordenan sus guiones y derrochan ingenio y colorido en los periódicos murales. Terminaron los actos el lunes por la noche, con abundancia de discursos. Todos teníamos algo que decir”1. No cabe duda de que estas palabras son exactamente aplicables al último de los Cursillos celebrados, y que tendrían el mismo sentido y la misma significación. El primer Cursillo fue, en efecto, un auténtico Cursillo, con todo lo que esto significa.
        Destaquemos, sin embargo, algunos aspectos característicos de este primer Cursillo. El primer Cursillo, realización práctica de lo que tantas veces se había pensado con ilusión, constituyó la demostración tangible de la eficacia de un método y de un criterio fruto de tantos esfuerzos; el Cursillo demostró además la exigencia de su continuidad, puesto que un Cursillo aislado carecía de razón de ser, era preciso, pues, no sólo continuar, sino multiplicar hasta todos los límites posibles la celebración de los Cursillos, ya que su continuación era una exigencia nacida del Cursillo mismo; y, por último, la existencia del primer Cursillo dio origen a la existencia de los primeros anti-cursillistas, los cuales, paso a paso, iban a seguir la marcha de los Cursillos – el perseguir es también una manera de seguir – y que como reiteradamente dijo el señor obispo, eran “la afirmación de que los Cursillos son obra de Dios y las obras de Dios han de tener contrariedades”2.
        Un último aspecto falta destacar de este primer Cursillo: la previa aprobación y bendición que le dio el Rvdmo. Prelado. Ante nuestra vista tenemos la carta – primer eslabón de una cadena que uniría estrechamente a los Cursillos con la jerarquía – en la que el señor Obispo lo califica como “fuente de vida cristiana y de labor apostólica” y a través de la cual envía a los dirigentes y cursillistas su “más efusiva bendición pastoral”.

Identidad  de  todos  los  Cursillos


        Hemos dicho anteriormente que este Cursillo fue como todos los demás, con lo que implícitamente se afirma la identidad de todos los Cursillos celebrados. Comparando este primer Cursillo con el último, encontraríamos sin duda algunas diferencias incorporadas a los Cursillos a través de sus seis años de existencia, pero diferencias accidentales que deja intacta su identidad: identidad de esencia, de técnica y de estilo, identidad de medios y de fin, identidad de estructura y de resultados. Hasta las mismas frases que resumen y concretan ideas vivas, se dijeron ya en el primer Cursillo y se han ido repitiendo en cada uno de los demás3.
        Afirmar la identidad de todos los Cursillos no es desmentir la constante superación exigida por el principio de ilusionada insatisfacción que los informa4, sino afirmar claramente que los primeros Cursillos no fueron unos Cursillos rudimentarios, distintos de los actuales, a los que se haya llegado merced a una constante variación y una progresiva evolución. La vigilancia sobre la marcha de todos y cada uno de los Cursillos ha sido, en verdad, tensa y constante, y todas las experiencias han sido provechosamente estudiadas. Pero esto no como si fuese un caminar incierto en busca de algo indefinido, sino un empeño constante de mejorar, en todo lo posible, los Cursillos. Este constante progreso y sus razones, aparecen claros en  las siguientes palabras del señor obispo: “No quiero decir que habéis de reformar los Cursillos, no. Son, sin duda alguna, un instrumento de Dios. Hay que conservarlos tal como son, pues el hálito abrasador del Divino Espíritu se va sirviendo de ellos para cumplir el anhelo del Salvador”: “He venido a traer fuego a la tierra y, ¿qué quiero si no que se encienda en llamas?”.
        Pero todo lo humano es perfectible – sigue diciendo el Prelado – y nuestro cuidado ha de ser hacerlo más perfecto y limpiarlo continuamente del polvillo de la miseria humana, que pudiera hacer chirriar su engranaje  o menos agradable su presentación. ¿Es un instrumento del Amo? Pues no hay duda; hay que hacer de él el más estupendo instrumento, para que se complazca en hacerlo “sonar” tan prodigiosamente como hasta ahora”5. Y con el mismo sentido afirmaba el Prelado en la clausura del Cursillo 100: “Aunque los Cursillos son obra divina, los Cursillos son actuados por el barro humano y por esto todos nosotros, los que los amamos entrañablemente, hemos de estar siempre alerta, para que ningún defecto, ninguna palabra, ninguna imperfección, pueda empañar jamás el esplendor maravilloso de esta obra de Dios”6.
        De ahí el cuidado constante de perfeccionar siempre más de cara a la mayor eficacia el instrumento divino que providencialmente estaba en nuestras manos, hasta hacer de él una técnica definida y estable cuya eficacia proclama la indiscutible realidad de los resultados.  

¿Se  puede  hablar  de  una  evolución  de  los Cursillos?

        Las anteriores palabras podrían quizá prestar apoyo a cierta infundada creencia de que los Cursillos han cambiado merced a una evolución. La palabra evolución se presta a equívoco; si por evolución entendemos una “mudanza o cambio de conducta, de propósito o de actitud”, no podemos aplicarla a la marcha progresiva y ascendente de los Cursillos. En este caso es más exacto hablar de desarrollo en vez de evolución. Los Cursillos han experimentado en realidad un desarrollo, y un desarrollo tal, que en más de una ocasión hemos tenido que repetirle jubilosamente al Señor: “Pero, Señor, si hasta los mismos demonios huyen...” Este desarrollo se ha verificado principalmente en la proyección y expansión de los Cursillos, y su influencia ha repercutido, como es lógico, en su misma estructura, aunque sin variar por ello su esencia o sus características, sino perfilándolas siempre más y más.

Factores  de  este  desarrollo


        El principal factor de este desarrollo ha sido, sin duda alguna, en todo momento la gracia de Dios, esta lluvia torrencial que el Señor ha derramado incesantemente sobre los Cursillos y que nos ha hecho palpar milagros de conversiones.
        Otros factores ha habido, además, que, en un plano inferior, pero decisivo también, han influido en este progresivo desarrollo. Como tales podemos señalar: la incorporación, cada vez en mayor número, de elementos procedentes de ambientes alejados y aún hostiles a la religión; la constatación constante de todos los resultados y reacciones obtenidas en los Cursillos para su mejor aprovechamiento; el funcionamiento, desde sus comienzos, de la Escuela de Profesores de Cursillos, laboratorio de investigación y de estudio; la expansión de los Cursillos a otras Diócesis, a otras Ramas y a otras Naciones, factores innegables del amplio desarrollo que han llegado a alcanzar los Cursillos.

Fases  de  este  desarrollo


        Analizando la larga serie de los Cursillos celebrados y las influencias que sobre ellos han tenido los factores antes enumerados, podríamos distinguir como tres fases en la historia de los Cursillos, caracterizadas cada una de ellas por matices propios y definidos.
        La primera de estas fases abarca los diez primeros Cursillos, celebrados en su casi totalidad en el Monasterio de San Honorato, y se extienden hasta junio de 1949. Se caracteriza por los siguientes rasgos: los cursillistas proceden, en su inmensa mayoría, de los centros de Acción Católica; se incorporan los grupos como pieza fundamental del Cursillo en orden a su continuidad; el rollo “Aspirantes” queda suprimido por resultar inadaptado y es sustituido por el de “Seguro Total” o Reuniones de Grupo; cada Cursillo es sometido, al terminar, a un minucioso análisis que cierre el paso a toda improvisación.
        La segunda etapa, que alcanza hasta marzo de 1951, comprende 33 Cursillos, celebrados casi todos en el Santuario de Montesión, de Porreras. Su característica más acusada es la creciente incorporación de elementos que no proceden ya de los Centros de Acción Católica; como resultado de ello, se abren nuevos y anchos campos a la acción de los Cursillos y el enfoque de las verdades se dirige de cara al nuevo elemento que integra los Cursillos; empieza a funcionar – aunque con distinto nombre – la realidad de “Ultreya” agrupando los esfuerzos en un frente común. De esta época es también la sustitución del rollo “Animación del centro por parte de los cursillistas” por el de “El cursillista más allá del Cursillo”.
        La tercera etapa empezó, pero no ha terminado aún. Sus comienzos podríamos situarlos en el cursillo 44, primero de los celebrados en Santa Lucia de Mancor. Ha sido la etapa de la expansión de los Cursillos. Numerosísimos Consiliarios, sacerdotes, religiosos y seglares, han venido a Mallorca desde sitios lejanos, para vivir la realidad de los Cursillos y los Cursillos han salido al exterior a través de una triple expansión a otras diócesis, a otras Ramas y a otras Naciones. Los Cursillos han dejado definitivamente de ser considerados como de jóvenes, para llamarse y ser en realidad “Cursillos de Cristiandad”.
        Las circunstancias y características de esta última fase, dada su importancia, habrán de ser objeto del próximo estudio.






B.- EXPANSION DE LOS CURSILLOS


        Los Cursillos de cristiandad nacieron, es verdad, en Mallorca, pues en algún sitio tenían que empezar; pero es también evidente que los Cursillos no nacieron exclusivamente para Mallorca, ni sólo para la juventud, ni aun sólo para la Acción Católica, sino que en su misma esencia, y la experiencia lo confirma, llevan el germen de la expansión y su mismo calificativo exacto de “Cristiandad” expresa la universalidad de los Cursillos. De ahí que no tardara mucho tiempo en llegar la expansión de los Cursillos más allá de las fronteras de la juventud de Acción Católica de Mallorca, expansión, que, a pesar de las muchas dificultades con que tropezó, hemos de convenir en que ha avanzado a pasos agigantados si tenemos en cuenta lo poco que representan seis años solamente para la extensión que han alcanzado ya los Cursillos. En efecto, de los Cursillos se habla en toda España y en muchos lugares del extranjero y son ya una realidad no sólo fuera de Mallorca, sino también más allá de España. Numerosos testimonios episcopales refrendan esta afirmación.
        La expansión de los Cursillos podemos considerarla en dos vertientes, una geográfica y otra demográfica, según tengamos en cuenta los lugares o las personas hasta los que han llegado ya los Cursillos.

EXPANSION GEOGRAFICA. LOS CURSILLOS DE CRISTIANDAD
FUERA DE MALLORCA.

A)     Cursillos de Cristiandad en España

         Sin otra propaganda que la de los hechos y sin otro pregón que el testimonio de los cursillistas, los Cursillos fueron abriéndose paso por entre una verdadera barrera de obstáculos y de incomprensiones que, sobre todo al principio pretendían cerrar todo camino a su expansión y hasta ahogarlos por asfixia. La solución de todas estas dificultades fue realmente providencial1.
        La penetración de la Península ofrecía, entre otras, la dificultad de provenir los Cursillos de una provincia y aun de una provincia separada por el mar del resto de  la nación.
        Con el Cursillo 83, celebrado en agosto de 1953, en el Santuario de San Miguel, de Liria (Valencia), iniciaron los Cursillos su penetración en España: “ya se ha demostrado que los Cursillos pueden arraigar en todas tierras”2, dijo al terminar este Cursillo el párroco Arcipreste de Enguera (Valencia), a cuyo tesón y entusiasmo por los Cursillos que había conocido en Mallorca se debió esta primera realización en la Península, y que no descansó hasta ver realizado el segundo, que tuvo lugar en Onteniente (Valencia), en febrero de 1954.
        En abril y mayo de 1954 con los Cursillos 97 y 99, celebrados en El Espinar (Segovia) y en Toledo y organizados, respectivamente, por el Consejo Diocesano de Madrid – Alcalá y Consejo Superior de los Jóvenes de Acción Católica, los Cursillos de Cristiandad llegaron al corazón mismo de España, hasta la capital de la Nación. Este hecho había de facilitar su expansión. A raíz de este último Cursillo, el Consiliario Nacional de los Jóvenes de Acción Católica, reverendo don Manuel Aparici, escribía en carta dirigida al excelentísimo y reverendísimo señor obispo de Mallorca: “Creo que el Señor nos ha deparado un instrumento magnífico a toda la juventud de Acción Católica y aun a la juventud española. Sinceramente confieso que el Cursillo de Cristiandad perfecciona notablemente todos los anteriores. Me alegro extraordinariamente de haber vivido este Cursillo, no sólo porque hay cosas que sólo viviendo pueden conocerse, sino porque así podré defenderlo de las censuras de que le hacen objeto algunos que no fueron con el deseo de encontrar la verdad. En fin, que la Virgen Santísima ha querido regalarnos con este precioso instrumento...”3.
        Tanto los dos Cursillos celebrados en Valencia como los dos últimos a que nos hemos referido, corrieron a cargo de dirigentes de Mallorca. A partir del Cursillo celebrado en Toledo, el Consejo Superior empezó su organización en diversas Diócesis de España. Las dificultades habían sido vencidas y los Cursillos eran oficialmente reconocidos y admitidos.
        En el mismo mes de abril de 1954 se celebró el primer Cursillo en Tarragona y desde entonces, reduciendo progresivamente el número de dirigentes de Mallorca hasta celebrarlos por su cuenta, han tenido lugar hasta ocho Cursillos en aquella Archidiócesis, gracias al interés personal y reiteradas instancias del eminentísimo señor cardenal arzobispo, quien, después de visitar personalmente un Cursillo, lo calificó como “una de las impresiones más fuertes de mi larga vida”4, aprobando y bendiciendo ampliamente los Cursillos de Cristiandad.
        Después de muchas instancias a las que era imposible atender, la Diócesis de Lérida vio convertido en realidad su primer Cursillo en marzo de 1955. En junio se habrá celebrado otro en Vich, y peticiones llegadas de muchas otras Diócesis de España esperan el momento de una contestación afirmativa, que quisiéramos haber podido dar ya.

B)     Cursillos de Cristiandad en el extranjero

        Capítulo en extremo interesante e imprescindible para la historia de los Cursillos lo constituye el hecho de los Cursillos de Cristiandad en Colombia. En noviembre de 1952 llegaba a Mallorca el Delegado Episcopal de la Acción Católica Colombiana, quien, en febrero de 1953, volvía de nuevo para asistir al Cursillo 71. “En estos tres días he aprendido más Acción Católica que en los seis meses de viaje de estudios sobre la misma materia por España, Italia, Francia y Bélgica. Esta sí es la Acción Católica que yo buscaba”, fueron sus palabras con que comento el Cursillo5. A los pocos meses, junio de 1953 los Cursillos de Cristiandad eran una realidad en Colombia, de la que es testimonio harto elocuente la cifra de 1.363 cursillistas en poco más de un año, y las frecuentes y siempre optimistas noticias que de su realización nos van llegando desde allá. “Realizamos el primer Cursillo – nos decía el Delegado Episcopal de la Acción Católica Colombiana – siguiendo estrictamente los métodos de allá, con ligeras variaciones impuestas por la psicología (habla de un Cursillo para muchachas) y el resultado fue admirable... Ya adiestrado con el Cursillo de Mallorca y con los dos de aquí, me lancé al de muchachos... Allí sí pudimos realizar el Cursillo tal como los de Mallorca, sin cambiar nada. El resultado fue tan estupendo que esos muchachos se han convertido en verdaderos apóstoles y están siendo las pilastras del movimiento nacional”6. Y no hace aún mucho tiempo afirmaba a su vez el Asistente Nacional de lo Jóvenes de aquella nación: “Los Cursillos están celebrándose a ritmo cada vez mas acelerados, habiéndose  llegado ya a todas las ramas de la Acción Católica, y con idénticos resultados que en Mallorca, puesto que son idénticos a los que se celebran aquí, es decir, auténticos Cursillos de Cristiandad con todo lo que ello significa...  Los obispos de todas las Diócesis en que se han celebrado Cursillos, y muchos más, apoyan decididamente esta obra providencial de los Cursillos, y sobre todo merece destacar no sólo el interés, sino la ayuda decidida que en todo momento ha prestado el Emmo. Señor Cardenal Primado de Colombia, así como también el Nuncio de Su Santidad entre nosotros, quienes han sido el más firme apoyo de los Cursillos de Cristiandad en Colombia”7.
        Colombia es la única nación en que, además de España, son una realidad los Cursillos, pero el interés por los mismos fuera de España no se restringe a Colombia solamente. De un Seminario de la Republica Argentina nos llegó una carta interesándose y pidiendo detalles acerca de los Cursillos de Cristiandad. En diciembre del pasado año recibimos carta del Delegado Episcopal de la Acción Católica de Colombia en la que textualmente nos decía: “Ya nos están pidiendo de las Republicas hermanas informaciones sobre los Cursillos, pues su fama ha trascendido nuestras fronteras patrias. De Perú tengo una propuesta para ir en abril a hacer un Cursillo y lo mismo de Venezuela”. En septiembre de 1954 vino expresamente de Lisboa un sacerdote portugués para asistir al Cursillo 109, después del cual nos dijo: “Esta lección que he aprendido quiero enseñarla a todos en Portugal”8, y hace sólo unas semanas nos escribía un Consiliario Diocesano de Méjico pidiéndonos le informáramos detalladamente acerca de los Cursillos y de su posibilidad de implantarlos en aquella nación.

EXPANSION DEMOGRÁFICA. LOS CURSILLOS DE CRISTIANDAD
MÁS ALLA DE LA JUVENTUD

        Es un hecho evidente que los Cursillos de Cristiandad se adaptan perfectamente a las más diversas sicologías, sin que su estructura tenga que sufrir por ello radicales modificaciones ni quede tampoco menguada su característica y eficacia. Si los Cursillos tuvieron en sus primeros tiempos toda una seria de características específicamente juveniles, ello se explica fácilmente por razón de aquellos a quienes iban dirigidos. Esto hizo pensar a más de uno que los Cursillos eran solamente cosa de jóvenes y que, en todo caso, exigirían una radical transformación para poder aplicarse a otras personas.
        Estudiando detenidamente la esencia, la técnica y la estructura de los Cursillos de Cristiandad aparece claro que sus características típicamente juveniles ni son tantas que no puedan ser aplicadas a otras personas, ni tan esenciales que exijan para ello una esencial modificación y esto por la sencilla razón de que siendo uno solo el cristianismo auténtico aplicable a todas las situaciones humanas y siendo los Cursillos “esencia de cristianismo”, su contenido y su técnica despojados de lo que, por ser patrimonio exclusivo de la juventud, el mas elemental sentido común, aconseja que no encajaría con otras sicologías - también han de poder aplicarse lo mismo a los jóvenes, que a los hombres, a las mujeres igual que a los jóvenes y todo ello sin caer en el peligro de una modificación que, por radical, desfigure la fisonomía específica de Cursillos, convirtiéndoles en algo que, con idéntico nombre, sirviera realidades muy distintas y hasta contradictorias, en un confusionismo de fatales consecuencias.
        Dos cuestiones se presentaban al pensar en la aplicación de los Cursillos a otras sicologías: ¿Podían los Cursillos ser despojados de sus elementos específicamente juveniles sin perder por ello su fisonomía propia? Una vez hecha esta separación, ¿sería aplicable esta fisonomía específica de los Cursillos a otras sicologías?
        Partiendo del principio antes apuntado de la universalidad del cristianismo como solución a todos los problemas humanos un detenido estudio hizo ver claramente la posibilidad de la aplicación de los Cursillos a toda clase de personas y las experiencias de los primeros ensayos fueron la elocuente confirmación de esta posibilidad ofreciendo, con hechos insoslayables, una respuesta exacta a la doble pregunta antes formulada.
        Verdad es que todavía queda mucho camino por recorrer en este sentido y que nuevas experiencias aportarán sin duda nuevos datos que arrojen más luz sobre este asunto, sin embargo, los hechos concretos hasta ahora comprobados son ya suficientes para establecer firmemente la validez de los Cursillos para todo género de personas y el estudio de estos hechos forma un capítulo necesario en el conocimiento del “como y el porque” de los Cursillos de Cristiandad.

A)         Cursillos para aspirantes

         Constituyen la primera demostración práctica de la eficacia de los Cursillos más allá de los términos estrictos de la juventud. El primer Cursillo de esta clase se celebró en Mallorca en junio de 1951. La experiencia de ya casi cincuenta Cursillos de jóvenes constituía una base segura para emprender, después de un detenido estudio la aplicación de los Cursillos a los Aspirantes.
        Sus características nos ofrecen grandes variaciones y podríamos decir que vienen definidas por las de la sicologías de los adolescentes a quienes se dirigen. El problema de la continuidad exige en ellos, quizá más que en otros, la existencia de medios capaces de mantener y desarrollar la labor del Cursillo.
        Los resultados están a la vista y la renovación de los Aspirantados a través de estos Cursillos es una palpable realidad. El conocimiento de Cristo, el entusiasmo por la vida de gracia y la preocupación apostólica por sus compañeros prende en los muchachos con no menor intensidad que en los demás, y sus realizaciones apostólicas podrían llenar todo un anecdotario en el que mucho podrían aprender incluso los mayores.
        En febrero de 1955 se celebró, en Tarragona, el primer Cursillo para aspirantes fuera de Mallorca.

B)     Cursillos para hombres
       
La posibilidad de aplicación de los Cursillos de Cristiandad a los hombres no ofrecía duda alguna, y era evidente que su realización constituiría un positivo avance en la vertebración de la Cristiandad, para lo que era necesario contar con los hombres como pieza clave y definitiva; sólo dificultades externas a los Cursillos pudieron retrasar su puesta en marcha. En febrero de 1954 gracias al esfuerzo y tesón de algunos centros parroquiales, fue posible la celebración del primer Cursillo para hombres, al que han ido siguiendo, en marcha siempre ascendente, muchos más.
        Contrariamente a quienes pudieran pensar que sólo después de esenciales modificaciones serían posibles los Cursillos para hombres, la experiencia vino a confirmar la convicción de que estas modificaciones no deberían ser tantas ni tan importantes, puesto que, si bien se trataba de problemas distintos, las soluciones debían arrancar de unos mismos principios, y a ellas era fácil llegar a través de una clara precisión de objetivos unida a una motivación concreta, viva y personal, cosas por otra parte no muy difíciles después de la experiencia de tantos otros Cursillos.
        Los resultados ponen fuera de duda y de discusión la eficacia de estos Cursillos, y proclaman su decisiva trascendencia como base segura para una eficaz renovación social que parta de la familia y de la profesión donde los hombres pueden manejar resortes insustituibles para hacer llegar hasta los rincones íntimos de la vida o hasta la plataforma de lo público, con el argumento irrebatible de los hechos, las soluciones cristianas en las que el Papa no deja de insistir.
        Sólo el desconocimiento de estos resultados pudo llevar al autor del artículo publicado el pasado año en “Ecclesia” a decir: “Tampoco lo creemos en su forma actual adecuados para hombres”1

C)     Cursillos para muchachas 
        
A nadie que siguiera de cerca la marcha de los Cursillos pudo sorprender la noticia que, en septiembre de 1953, nos llegaba desde Colombia dando cuenta de la realización de Cursillos de Cristiandad para muchachas “Han venido a demostrar con hechos – comentó entonces “Proa” – que la esencia, la técnica y el estilo de los Cursillos valen para todas las geografías y encajan en las sicologías más distintas, en una experiencia que desmiente muchos infundados prejuicios”2
        En diciembre de 1953 después de vencer dificultades casi insuperables, llegó para Mallorca la posibilidad de ensayar, diríamos que en tono menor, los Cursillos para las jóvenes. Al poco tiempo se repitió la experiencia que, sin poder llegar a una plena organización a causa de las dificultades antes apuntadas, demostró no sólo la posibilidad sino la eficacia de tales Cursillos. Oigamos cómo se expresan las Cursillistas de Colombia y de Mallorca:
“Y el Amo, que siempre tiene su derroche de amor, a querido darme la gracia de poder asistir a siete Cursillos en el transcurso de diez meses. He visto cada vez cómo nadie puede resistir a la gracia y cómo verdaderamente se transforman las almas. Cristo cuenta hoy en Colombia con más de 400 muchachas que están listas para servirle”3
        “También nosotras hemos sabido vibrar. No podía ser de otra manera porque la vedad cautiva irresistiblemente, y así a nosotras también nos ha cautivado. Ahora se nos antojan casi ridículos aquellos temores que, al parecer, se tuvieron acerca de si encajaría bien a las chicas  lo que había nacido exclusivamente para los jóvenes. Bien es verdad que, en algunos detalles accidentales, tal vez podría caber una más perfecta adaptación del plan y metodología de los Cursillos a la sicología específicamente femenina, pero detalles al fin que no afectan a la esencia de los mismos que es algo tan precioso y de tanta eficacia como lo demuestran los excelentes resultados obtenidos”4.
        Después de la elocuencia de este ultimo párrafo, sólo cabe atribuir a una inexacta información las siguientes palabras publicadas en “Ecclesia”: “Es curioso que en Mallorca los (Cursillos) dados a las jóvenes fracasaran y no se hayan repetido”5. En Mallorca no han fracasado, sino que esperan el momento oportuno para su continuación, que depende de numerosos factores extrínsecos a los Cursillos, mientras que en Colombia van celebrándose a ritmo  cada vez más acelerado y con resultados que califican de sorprendentes.

D)     Cursillo para mujeres

       
Casi simultáneamente – diciembre de 1953 – se realizó la experiencia de estos cursillos en Mallorca y en Colombia. En Mallorca fue sólo un ensayo, pero con éxito, como lo atestiguan las palabras con que lo calificó el Párroco del Centro donde tuvo lugar: “Para mí queda muy demostrado que para todos sirven los famosos Cursillos, dado que las señoras no vibraron menos”6. Las noticias recibidas desde Colombia nos hablan de la trascendental influencia de estos Cursillos en la vida familiar y social y su celebración está perfectamente organizada. Esta información nos parece, sin embargo, insuficiente para poder teorizar sobre las características específicas de éstos Cursillos. Sólo podemos dejar sentado, porque los hechos lo respaldan, que los Cursillos para Mujeres son realmente posibles y su necesidad se dejará sentir cada día más a medida que avance la celebración de Cursillos para Hombres.




E)     Otras repercusiones de los Cursillos

       
Podríamos extendernos muchísimos comentando las variadísimas repercusiones que los Cursillos de Cristiandad han tenido sobre personas de la más diversa condición. Así, hemos podido palpar cómo al ponerse en contacto con la esencia viva de los Cursillos, sacedotes, religiosos y seminaristas han afirmado abiertamente que habían hecho un bien inmenso a su espíritu, en el que había tenido resonancia la fuerte sacudida de la gracia.
        Párrafo aparte merece, sin embargo, el hecho de un Cursillo dado en un noviciado de religiosos. Sus características fueron desde luego peculiarisímas, pero no cambió para nada su contenido doctrinal. El hecho de haberse celebrado recientemente otro Cursillo es claro exponente de sus positivos resultados, así como estas palabras con que lo calificaron:
“Desde luego, un Cursillo es algo extraordinario, algo formidable y colosal. Después que se acaba el Cursillo no hay más que inclinar la cabeza y decir:
“¡Es el Señor!” Es el Señor que hace maravillas en las almas, maravillas de gracia que dejan a uno subyugado, levantado, magnetizado por una mano, al parecer invisible, pero que acaba por sentirse y palparse, por ese “Dios en nosotros” que diviniza a las almas”7
        Y fue sin duda el constatar los frutos del Cursillo en este noviciado lo que impulso al Rvdmo. D. Vicente Lores a decir: “Quiero añadir que veo el espíritu de los Cursillos de Cristiandad perfectamente adaptable a todos, y que en su esencia se encuentra solución para los muchos problemas que entraña la obra de la santificación y apostolado en la Iglesia”8
        Sin pretender haber analizado detenidamente las características especificas de los Cursillos de Cristiandad según la diversa condición de las personas a quienes se dirijan, creemos haber dado una visión de las perspectivas que se abren a los Cursillos rectamente entendidos y certeramente aplicados, sin modificaciones arbitrarias o adaptaciones inútiles que desfiguren su fisonomía propia, y cómo, lejos de ceñirse a la juventud, son aplicables a las más diversas psicologías, proclamando con hechos la exactitud con que son llamados “Cursillos de Cristiandad”. No nos cabe la menor duda que muchas de las cosas que hemos escrito habrán de quedar pequeñas dentro de poco y serán superadas por nuevas y cada vez más fecundas experiencias, pero también tenemos la íntima convicción de que los resultados de entonces no desmentirán la eficacia de ahora, siempre que pongamos a disposición de la gracia de Dios nuestra vida y nuestra persona en una generosidad sin regateo.
        Y con esto ponemos fin hoy al capítulo dedicado al estudio de la historia de los Cursillos de Cristiandad, para adentrarnos en números sucesivos en el conocimiento de otros aspectos, quizá más interesantes del “Cómo y el Porqué” de los Cursillos de Cristiandad.


III    FINALIDAD  DE  LOS CURSILLOS


        En números precedentes hemos analizado lo que podríamos llamar el capítulo histórico de los Cursillos de Cristiandad, sus orígenes, desarrollo y expansión. Prosiguiendo en el estudio que ha de llevarnos al conocimiento de la esencia y características de los mismos, es necesario precisar algunos de los puntos fundamentales en los que hay que convenir para poder interpretar y valorar justamente el alcance de los Cursillos, en torno a los cuales se levanta una discusión en la que frecuentemente hemos visto debatirse criterios y aun conveniencias a veces personales.
        Es necesario acudir a la finalidad precisa de los Cursillos para tener la medida exacta de los mismos y situarnos en un lugar seguro para enjuiciarlos rectamente. A primera vista podrá parecer quizá innecesario este análisis de su finalidad, por la sencilla razón de que cada uno cree haberle penetrado, pero los hechos nos demuestran con demasiada evidencia que cada uno lo ha hecho a su manera originando de este modo una peligrosa diversidad tanto entre los que los conocen y aplauden como entre quienes, muchas veces por desconocerlos, los rechazan o no acaban de admitirlos.
        No sería muy difícil encontrar una frase que resumiera y expresara exactamente la finalidad de los Cursillos; la dificultad está en que esta frase sea lo suficientemente precisa para que todos la entiendan en el mismo sentido, ya que esto exige el estar previamente de acuerdo no sólo con la solución que se debate, sino con el planteamiento mismo de los problemas que se intentan resolver. Y no es que con ello queramos decir que todos hayan de estar  de acuerdo con los Cursillos como única solución, sino que solamente conociendo con exactitud los problemas que se intentan resolver se puede enjuiciar el valor objetivo de los Cursillos como solución, lo que implícitamente equivale a decir que, lejos de esta solución, los Cursillos no sólo se comprenden, sino que no tendrían tampoco razón de ser, en lo que estaríamos de acuerdo con muchos de los que los rechazan, pues los Cursillos evidentemente no sirven sino para finalidad que los inspira y alienta. Tratemos, por tanto de plantear el problema, analizar las soluciones y situar los Cursillos en su justo lugar.

Planteamiento del problema Apostólico


         Cualquiera que sinceramente se preocupa por la gloria de Dios, fácilmente ha de darse cuenta de que existe entre los bautizados una proporción realmente alarmante de almas que viven en y del pecado; pero si bien ésta es la raíz del problema, toda la gravedad del mismo no estriba ahí, sino en el hecho evidente para quien no se deja engañar por fáciles ilusiones de que la vida ha dejado de ser cristiana por más que existan manifestaciones externas de un cristianismo cuya influencia en la vida es prácticamente nula. Quizá en otros tiempos no fuese mucho más consoladora la proporción  de las  almas que vivían en gracia de Dios, pero aún así la vida era cristiana, los criterios cristianos podían no ser practicados, pero no hay duda de que eran admitidos, hoy su influencia, incluso en sectores que llamamos católicos es tan menguadas que apenas si se manifiesta. El mal del mundo está, ha dicho Pío XII, en que los hombres han perdido la conciencia de pecado.
        Toda solución apostólica para ser eficaz, deberán por tanto dirigir su mirada hacia este objetivo, es decir, hacia la vida humana que exige ser de nuevo bautizada. No basta, por tanto, dirigir nuestra actuación hacia la reforma personal del individuo, sino que, partiendo, y a través de esta misma habrá que llegar a la solución: “la vuelta a Jesucristo, a la iglesia y a la vida cristiana, que tantas veces hemos indicado como único remedio y solución de la crisis total que agita al mundo”1. Se necesita por lo mismo, no una solución parcial e individualista, sino una transformación ambiental que alcance a todos y a todo: “Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos; lo que es preciso transformar de selvático en humano y de humano en divino”2
        Situados en este punto de vista que nos señala el Papa y frente a la labor que urgentemente hay que realizar, el ángulo desde donde debe considerarse al individuo, el valor del mismo y las metas hacia donde es preciso dirigirle, adquieren una dimensión nueva y vienen matizados por aspectos que alguien considerará accidentales, pero que tienen un valor trascendental en la formación de la mentalidad de los que hayan de dirigir y realizar esta acción, en los criterios que deben presidirla y en los medios que deberán emplearse. No hay duda que la solución estará en llevar los individuos a la gracia, puesto que, como indicábamos, ésta es la raíz del mal, el sentido, la orientación y la proyección de esta gracia tienen una dimensión universal nueva y por lo mismo el camino a recorrer, lo mismo que el sentido y la marcha con que deberá ser recorrido para llegar a esta meta, pueden variar muchísimo  y no ser precisamente los mismos de siempre, puesto que, como hemos dicho también, el mal actual es distinto. Solamente admitiendo que el mundo sufre hoy males distintos a los de antaño, podemos estar de acuerdo en la posible necesidad de una renovación de objetivos y de métodos apostólicos. Y puesto que los Cursillos pretenden adaptarse al mundo de hoy, pretender de ellos que sirvan para formar individuos que sean y vivan como viven, y son, o como vivieron y fueron los de tiempos anteriores, es desconocer el problema, desenfocar la solución e inutilizar los Cursillos; y decimos esto porque no falta quienes fácilmente admitirían los Cursillos si los cursillistas fuesen como ellos son o como ellos quisieran que fuesen, sin caer en la cuenta de lo mucho que distan ellos de ser lo que el mundo de hoy necesita, ni de la enorme distancia que separa a su ideal del auténtico ideal cristiano que el Papa nos ha propuesto.

Solución del problema


        No vamos a entrar en discusiones, pues los Romanos Pontífices nos han señalado claramente cuál debe ser la solución. “No es éste el momento de discutir, de buscar nuevos principios, de señalar nuevas metas y objetivos. Unos y otros ya conocidos y determinados en su esencia, porque han sido enseñados por Cristo, aclarados por la elaboración secular de la iglesia y adaptados a las circunstancias de hoy por los últimos Sumos Pontífices, esperan sólo una cosa: su realización concreta”3.
        Desde Pio X, cuyo Pontificado tuvo por lema “Instaurar todas las cosas en Cristo”, pasando por Pio XI, que tuvo expresiones tan claras y contundentes como ésta: “También hoy Nos repetimos con gravedad profunda: no basta ser contado en la iglesia de Cristo; es preciso ser en espíritu y en verdad miembros vivos de esta iglesia. Sólo así se demostrará a los hombres de hoy, y en primer lugar a los detractores de la iglesia, que la sal de la tierra y levadura del cristianismo no se ha vuelto ineficaz. Una Cristiandad en que todos los miembros vigilen sobre sí mismos... podrá y deberá ser ejemplo y guía para el mundo profundamente enfermo”4, no cabe duda que la solución no puede ser individualista ni parcial, sino orgánica y completa, la “edificación e incrementación  del mismo Cuerpo de Cristo”5, construir y dilatar sólidamente el Reino de Dios, a trabajar conjunta y ordenadamente para conseguir lo que nos dice Pío XII: “ Llevar de nuevo Cristo a la vida; a la vida propia, la privada y la pública; no darse tregua mientras que su doctrina y su ley no la hayan renovado y plasmado enteramente”6.  Y hemos de confesar que, ante esta grandiosa perspectiva que nos proponen los Sumos Pontífices, muchas veces nos parecen caricaturas ridículas del Reino de Dios muchas de las obras y soluciones por las que hemos visto romper tantas lanzas. “Para obrar realística y orgánicamente es necesario aprender a reconocer los verdaderos fieles de la parroquia. Ellos no se encuentran propiamente en el cine parroquial, ni en los desfiles, ni en las procesiones; ni siquiera, para ser exactos, en la sola misa dominical. Los verdaderos fieles, los vivos, se van al pie del altar cuando el sacerdote distribuye el Pan vivo bajado del cielo”7.

Una triple concepción del apostolado

        Analizando los esfuerzos que se realizan en el campo del apostolado, no es difícil observar cómo estos esfuerzos se polarizan en tres direcciones distintas, aunque no opuestas: la de los que se esfuerzan por “salvar almas”, la de quienes se desviven por las “organizaciones” y la de los que trabajan para “construir y vertebrar la Cristiandad”. Para los  miembros el valor de una sola alma es capaz de llevarles a los mayores sacrificios; todo les parece bien, con tal de hacer algún bien a las almas, pero la falta de sistema y de plan puede menguar mucho este mismo bien que pretenden hacer; diríamos que su concepción es esencialmente individualista, tanto por la manera de trabajar como por el objetivo a que aspiran. Para los segundos, la “organización”, la “obra” (muchas veces por desgracia “su obra”), está en primer término; todos sus esfuerzos se dirigen a la prosperidad de la misma, aun con detrimento de otras obras tanto o más eficaces; corren el peligro, no imaginario, sino real, de llegar a una concepción mecánica del apostolado, convirtiéndolo en una actividad deportiva, burocrática, benéfica, social, moralizadora, etc., en la que el valor personal del individuo y de su alma, llamada a la santidad, puede quedar absorbido por la colectividad, pasando a segundo término. Existe, quizá no con tanta abundancia como sería de desear, la tercera concepción, la de los que trabajan por “construir y vertebrar la Cristiandad”. En su reciente discurso al Congreso Eucarístico Internacional de Río de Janeiro, Pío XII emplea la expresión “hacer cristiandad”8. “El apostolado – ha escrito un autor belga, M. Lemercier – debe aspirar a edificar la Iglesia antes que a salvar almas”. La importancia y extensión, cada día mayores, que va adquiriendo el estudio y la divulgación de la doctrina del Cuerpo Místico, que ha pasado a ocupar tratados completos en el estudio de la teología, es un índice del camino a seguir y del terreno que irá ganando esta corriente. En esta doctrina del Cuerpo Místico no sólo se salvan los valores del individuo, sino que aumentan infinitamente en función de la Cabeza y del Cuerpo a que pertenece, al igual que los del conjunto que encuentra su expresión más genuina de la realidad viva, de la Comunión de los Santos; y es en la doctrina del Cuerpo Místico donde hay que ir a buscar las características propias de esta concepción apostólica. Enlazando esta solución con el planteamiento del problema antes indicado, podríamos decir que la labor apostólica debe mirar al individuo en concreto, pero como pieza de un conjunto concebido no como una “organización mecánica” sino como un “organismo vivo y operante” con una vitalidad que nace, no de la organización misma ni de la calidad de los medios, sino del Espíritu de Dios, “principio de vida y de eficacia”9 que informa y anima a todo el cuerpo. Por eso esta concepción dista mucho de la que concibe al apostolado como una “simple organización”; una organización, en efecto; puede ser algo muerto en medio de una gran actividad, un activismo sin vida (se puede montar una campaña de propaganda o un torneo deportivo estando en pecado mortal), un organismo así concebido es en sí algo vivo cuyos miembros saben que las organizaciones, por perfectas que en sí se las suponga, son un estorbo si no tienen esta vida, en función de la cual buscan los medios para su actividad y de la que dependen en su totalidad los frutos que hayan de producirse.

Vertebración de la Cristiandad

        Quizás nos hemos extendido excesivamente, pero era necesario para la recta comprensión de lo que intentamos decir, del significado que concedemos y del sentido en que empleamos la expresión “vertebrar la Cristiandad”, en la que los Cursillos de Cristiandad encuentran su expresión genuina y exacta, su finalidad concreta y precisa, su campo de acción y sus posibilidades de eficacia, puesto que los Cursillos no tienden a aumentar el número de devotos practicantes (muchas veces “practicones”), ni a convertir incrédulos o cretinos, ni a salvar almas perdidas, ni tampoco a aumentar los cuadros de las organizaciones existentes o a crear una nueva organización, sino a vertebrar la Cristiandad a través de católicos prácticos que, con su vida, den la tónica cristiana a una vida que ha dejado de serlo.
        Vertebrar la Cristiandad no será otra cosa que poner los resortes de la vida humana al servicio de lo divino, para que los criterios de Cristo penetren en la sociedad y su “doctrina y su ley- como dice el Papa- la renueven y plasmen enteramente”, consiguiendo de este modo, no que los hombres sean menos malos o simplemente buenos, sino “un mundo mejor, cual Dios lo quiere y al que es preciso rehacer desde sus cimientos”10.
        Esta tarea de vertebrar la Cristiandad comprende dos trabajos fundamentales: buscar y troquelar las piezas necesarias e imprescindibles, y situarlas luego en su justo lugar y vincularlas orgánicamente entre sí para que rindan eficazmente.
        Ya el Pontífice San Pio X diseñó, con incomparable precisión, cómo deberían ser estos cristianos “vivos y vivificadores”11, llamados a ser vértebras” de esta Cristiandad en su ambiente respectivo: “Han de ser católicos macizos, convencidos de su fe, sólidamente instruidos en las cosas de religión, sinceramente adictos a la Iglesia y en particular a esta Suprema Cátedra Apostólica y al Vicario de Cristo en la tierra, personas de piedad genuina, de varoniles virtudes, de costumbres puras, de vida tan intachable que sean a todos eficaz ejemplo”12.
            La primera tarea será, por tanto, la de buscar y troquelar estos cristianos. “Estamos seguros de que no faltarán, ni en número ni en calidad, corazones generosos que se hagan eco de Nuestro llamamiento y realicen este Nuestro deseo. Hay almas fervientes que esperan ansiosamente que se les llame; señálese a su impaciente anhelo el vasto campo que hay que roturar. Hay otras soñolientas, que será preciso despertar, otras pusilánimes que habrá que alentar, y otras desorientadas, a las que se deberá guiar”13. Esta tarea exigirá el empleo de métodos que aseguren una eficaz renovación en las almas, a fin de disponerlas para ser y actuar de cara a las urgentes necesidades actuales.
            La segunda tarea consistirá en saberlas emplear eficazmente. Este empleo exige que cada uno se sepa y se sienta en el lugar concreto donde mayor pueda ser su rendimiento, consciente de su responsabilidad en la parcela que el Señor le ha confiado y vinculado con las demás para hacer más eficaz su labor y vibrar al ritmo universal de la Santa Iglesia. “Se pide a todas que se encuadren hábilmente, que se empleen con acierto, que su ritmo de trabajo corresponda a la urgente necesidad de defensa, de conquista y de positiva recontruccion”14.








Los Cursillos de Cristiandad, medio para esta vertebración

         “Los Cursillos de Cristiandad – ha dicho el Obispo de Mallorca – son un método feliz,un movimiento arrollador, providencial, para extender eficazmente en nuestros tiempos el Reino de Dios sobre la tierra”15.La finalidad, por tanto, de los Cursillos es la de “construir y vertebrar la Cristiandad”.
        Como base de esta vertebración, los Cursillos parten de la transformación sobrenatural obra de la gracia efectuada en cada individuo, pero no para hacer de él una “persona formada” en sentido peyorativo de la palabra, sino un católico vivo y militante, infundiéndole un concepto triunfal de Cristo y de su Iglesia, desde donde poder llegar a la transformación del ambiente. De ahí que los Cursillos encajen perfectamente con todos los que puedan ser piezas vivas en esta vertebración de la Cristiandad. “Un Cursillo, lo hemos dicho ya muchas veces, sirve para sacar los quilates apostólicos al que los tenga, y cuantos más tenga, mejor. Un Cursillo es para todos los que sin ser retrasados mentales están igualmente lejos de la fangosa ribera de la autosuficiencia. Todos, de lejos o de cerca de ambientes favorables o desfavorables a la religión, desde las cumbres sociales o científicas hasta la vasta llanura del pensamiento popular, desde el que comulga a diario hasta el que tiene por único y último punto de referencia la fecha de su Primera Comunión, desde el mejor al peor, todos, por la gracia de Dios hecha caer a torrentes por quienes cuidan de la intendencia espiritual del Cursillo, pueden ser sintonizados por un catolicismo vital que les actúe la gran verdad no sabida, olvidada o no debidamente apreciada de la amistad viva y personal con Jesucristo y la presencia jubilosa del Espíritu Santo en él y en todos los hermanos en gracia; y éste es el clima donde aflora lo mejor de cada uno. Sea cual fuere el punto de partida, al final del Cursillo se encuentran todos situados en hermandad viva, en la línea de vanguardia de una catolicidad que late al ritmo universal de la Santa Iglesia”16.
      Esta transformación exige luego señalar al individuo y situarle en su lugar preciso donde, a partir del Cursillo, deberá actuar de cara a los demás este catolicismo. Y éste es el sentido de la llamada “Hoja de Servicio”.
        “Proponer a cada alma un programa recortado a su medida, en el que sienta todas sus posibilidades rindiendo al máximo en la economía divina del Cuerpo Místico, y sus necesidades apoyadas y resueltas en promesas divinas, es sacar a flote todos sus auténticos valores y dar con la solución total de su vida en Cristo, colocándola en su posición justa en la Iglesia, como célula dinámica de una vivificante Comunión de los Santos, en la que, junto a las posibilidades microscópicas de cada uno, se sienten las resonancias infinitas del todo, en una vinculación vital que mantiene el alma en tensión perenne hacia lo eterno”17. Lo cual no es sino la realización de las palabras de Pio XII: “Es necesario que cada fiel, cada hombre de buena voluntad, examine, con resolución digna de los momentos trascendentales de la historia humana, qué  es lo que puede y debe hacer como aportación suya a la obra salvífica de Dios, en auxilio del mundo de hoy, abocado a la ruina”18.
        Por último, esta situación precisa del individuo exige, para ser eficaz, una estrecha vinculación con los demás, vinculación que, nacida de la esencia misma del Cursillo, tiende no sólo a asegurar la permanencia de los frutos en el cursillista, sino también y principalmente a la transformación  ambiental mediante la constitución de un frente común, haciendo posible, eficaz y sistemático el contacto con los hermanos mediante la “Reunión de Grupo”.
        De esta manera los Cursillos de Cristiandad, partiendo del hecho real y concreto de cómo están los hombres de hoy, transformándolos por la gracia de Dios en cristianos auténticos, aspiran, y gracias a Dios lo van consiguiendo ya, a construir un mundo mejor, sin tener como única meta la salvación de unas almas perdidas, ni tampoco la formación de una nueva obra o el sólo desarrollo de las ya existentes.

IV     ESENCIA, TÉCNICA Y ESTILO
   
        Los anteriores capítulos, en los que vimos el origen, desarrollo, expansión y finalidad de los Cursillos de Cristiandad, nos invitan a penetrar un poco más en la entraña de los mismos y estudiar, o esbozar al menos, las líneas fundamentales de su esencia, de su técnica y de su estilo. No resulta fácil, en verdad, el analizar los elementos esenciales de un Cursillo, pues, en último extremo, se trata de un análisis de algo vivo; es decir, de algo complejo y simple a la vez. Los Cursillos son vida y es por esto que resulta más fácil vivirlos que definirlos, pues ninguna vida encuentra su expresión exacta en definiciones o fórmulas teóricas ni en el análisis abstracto de los elementos que la integran, sino en la realidad concreta del organismo viviente. Pero no por difícil podemos tampoco dispensarnos del esfuerzo por intentar una penetración, lo más exacta posible, en el contenido vital, en el núcleo esencial de los Cursillos de Cristiandad.

Esencia de los Cursillos


        Entendemos por esencia de los Cursillos – tomando esta palabra con cierta amplitud - el contenido vivo y vital de los mismos, lo fundamental, específico e invariable en ellos, el núcleo esencial que es a un tiempo su razón de ser, la causa de su eficacia y el origen de sus características. En este sentido, la esencia de los Cursillos de Cristiandad no es sino la esencia del cristianismo, el contenido vivo de lo cristiano, el alma del cristianismo que anima e informa todos los actos y todos los momentos de un Cursillo. Un Cursillo, podríamos decir, es “la comunicación jubilosa del ser cristiano”. Tratemos de aclarar el sentido, de desentrañar el significado y el contenido de estas palabras, que, si no definen, sintetizan al menos con exactitud la expresión de lo esencial en los Cursillos de Cristiandad.
        Esta “comunicación jubilosa del ser cristiano” importa primeramente, en cuanto comunicación, la predicación de una doctrina, la participación de una vida y las condiciones o elemento humano de su realización.



EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA

        “Predicad”
        “Predicad” es el imperativo evangélico impuesto por Cristo a todos sus apóstoles, y un Cursillo es, en primer lugar, la exposición de una doctrina. Un Cursillo no es una sugestión individual o colectiva efecto de toda una serie de reacciones o resortes psicológicos, ni es tampoco un sentimiento, una emoción o un entusiasmo religioso carente de base doctrinal. Un Cursillo supone y exige ante todo una perfecta estructuración doctrinal, una sólida base dogmática, fundamento de toda convicción religiosa nítida y profunda, de la que brotará luego un criterio cristiano empapado de verdades teológicas. En otra ocasión trataremos detenidamente de esta estructuración teológica y doctrinal de los Cursillos esquematizada en los “rollos” y de la que de momento es suficiente decir que, en síntesis, no es otra cosa que la “doctrina del Cuerpo Místico de Cristo”.
        Es necesario advertir, sin embargo, que, en este aspecto, un Cursillo no es, ni mucho menos, una serie de lecciones teológicas sobre las verdades de la fe, ni una enseñanza moral, ni tampoco un programa de conferencias sobre temas apostólicos, sino algo completamente distinto. Se trata, diríamos, de una predicación dinámica, en estado incandescente, y que tiene en cuenta que “la doctrina no adquiere su plena significación, sino en función de vida”1. “La fe católica – considerada según su objeto, ha escrito Karl Adam -, no es una mera suma de verdades, que para lograr el conjunto de la revelación hemos de alinear tan sólo exteriormente, sino que es una construcción orgánica del Espíritu Santo, un organismo que se forma según la Ley de lo vivo”2.
        Esta construcción orgánica, viva y vivificante a un tiempo, predicada en el Cursillo con sencillez de palabra, con sinceridad de vida y con audacia divina, es lo que constituye ante los ojos de los que se decían cristianos y de los que pugnaban por no serlo, una revelación luminosa y nueva del cristianismo entendido como mensaje salvador de Cristo, en el cual su Persona es el centro mismo de su contenido. Un Cursillo es predicar a Cristo vivo y personal.
        “Para llevar los hombres a Cristo hay que presentarle tal cual es, ingresar auténticamente en su escuela, en el meollo de la riqueza insondable de su obra redentora y de su doctrina. Suavizar o mutilar éstas con la mira de obtener un éxito humano, no puede conducir nunca a una victoria que sea la de Cristo”3.
        La exposición de las verdades teológicas tiene sólo lugar en el Cursillo en cuanto son camino para la santidad de los Cristianos, la cual no reside en el conocer, sino en el ser.



Comunicación de vida


        Íntimamente unida con esta exposición o predicación de la doctrina, está en los Cursillos, como elemento de esta comunicación, la participación o comunicación de una vida. La exposición del contenido vivo del cristianismo no tiene, como decíamos, el valor simplemente de una ilustración, sino que entraña en sí misma la invitación personal a participar de esta vida, a realizar todo el contenido de esta doctrina renovadora desde el punto inicial de la conciencia individual de cada uno de los cursillistas, para llegar, al menos intencionalmente, hasta las zonas más vastas de la sociedad y de la humanidad entera, llamada a constituir el reino de Dios. De esta manera la predicación de la esencia del cristianismo va íntimamente enlazada en los Cursillos con la comunicación de la vida sobrenatural que es vivificación de esta doctrina, realización del mensaje de Cristo, participación efectiva en el Reino de Dios.
        Un Cursillo es esencialmente hacer vivir el cristianismo, brindar la ocasión de una experiencia personal de la grandiosidad de la vida en gracia “a presión”. Y esta comunicación de vida es en los Cursillos efecto de la realidad vivificante del Cuerpo Místico vivido en ellos. No sería posible un Cursillo sin que unos miembros vivos y vivificadores de este Cuerpo Místico – sacerdotes y seglares-, supuesta siempre la acción divina, hicieran realidad no sólo en sí mismos, sino también en los demás, esta vida divina que los anima, a través de los medios ordinarios y tradicionales en la Santa Iglesia; sacramentos, oración, sacrificio. En este aspecto podríamos decir que un Cursillo es “vivir el Cuerpo Místico”.

Instrumento de esta comunicación


        Hemos dicho también que esta comunicación exige además, para su realización, unas condiciones, un elemento humano actual, concreto, tangible. En efecto, aun siendo sobrenatural el contenido de la revelación y sobrenatural también en absoluto la vida divina que constituye su objeto, su predicación y su dispensación han quedado vinculadas, por voluntad de Dios, a la acción voluntaria de los hombres. El elemento humano, entendido como instrumento consciente y libre de la economía de la redención, puesto al servicio de la gracia, es el camino ordinario para esta comunicación del ser cristiano y constituye, por lo mismo, uno de los valores fundamentales del Cursillo, cuyas características se desprenden de su misma misión. No es éste el momento de tratar de estas características, reservadas al estudio que dedicaremos a los dirigentes, quienes en el Cursillo, no han de ser sino… “encarnación de valores cristianos, de manera que éstos no sean solamente ideas bien hartadas de silogismos en el salón de la razón abstracta, sino que vistan carne, huesos, sangre, nervios; que estén personificados en un hombre que ya con su misma figura, de la que trasluzca la interior nobleza espiritual, se haga testigo de ellos hasta en su gesto más insignificante, el cual, en su divina sencillez, fascina y hace caer de rodillas más que cualquier pomposidad”4.
        Por lo que se refiere al elemento humano al que se dirige esta comunicación (sujeto pasivo de ella), los cursillistas y sus características, de lo que también trataremos, es suficiente decir que, como es lógico, por la universalidad misma de la redención, nadie está excluido de esta comunicación, si bien conviene no olvidar que la semilla evangélica fructificará según la condición del terreno5, pero que esta condición no constituye en los Cursillos especialización de ninguna clase y que esta no especialización constituye también uno de los aspectos esenciales de los Cursillos.

Carácter esencialmente jubiloso y triunfal


Decir que un Cursillo es la “comunicación jubilosa del ser cristiano no es pretender adjetivar esta comunicación con un calificativo simplemente literario, sino indicar uno de los elementos esenciales no sólo de un Cursillo, sino también de toda eficaz acción apostólica. Frecuentemente se ha insistido, al hacer la autocrítica de nuestro catolicismo actual, en la desproporción existente  entre los esfuerzos realizados  y los resultados obtenidos6 y que ha tenido como consecuencias igualmente lamentables o bien una fatua y engañosa autosatisfacción, o bien un pesimismo deprimente, hasta el punto de que el Papa ha creído necesario llamar la atención sobre el funesto peligro que pudiera acarrear el “cansancio de los buenos”7. Por poco que se medite sobre ello, no es difícil observar que el origen está, en muchos casos, en la falta de una concepción triunfal del cristianismo, único punto de partida seguro para evitar ambos peligros.
        En otro lugar aludimos ya a esta concepción triunfal como uno de los elementos esenciales de los Cursillos de Cristiandad8.
        Esta concepción triunfal, que es la única exacta en el cristianismo, arranca de su mismo carácter divino, no tolera mutilaciones, adulteraciones o adaptaciones humanas, y tiene su sostén en una fe inquebrantable en la palabra, en la obra y en la Persona de Cristo. “Como el poder divino domina todo otro poder, la certeza de que Dios nos ayuda provoca en el cristianismo un entusiasmo, una explosión de optimismo, del cual hemos hablado ya, y que inspira acentos triunfales.” “La certeza del amor divino manifestado por Cristo es, pues, la fuente de una seguridad, de una grandeza, de un entusiasmo que reciben su carácter de lo absoluto del ser de que emanan”9.
        Por lo que se refiere a la acción apostólica, sean cuales fueren las dificultades concretas con que se tropiece, la concepción jubilosa y triunfal del cristianismo entraña un optimismo sobrenatural que, por si mismo, es suficiente para acometer una empresa que de otro modo se hubiera dejado y para no dejarse vencer nunca por la tentación del desaliento. “La obra que trata de realizar (el cristianismo) es tan grande y tan bella, que no se puede pensar en ella sin entusiasmo”. “En su conjunto, la visión cristiana del mundo termina en un optimismo magnífico, pues, con la ayuda de Dios, el hombre realiza todo su esplendor”10.
        El pesimismo de los cristianos – que nunca es cristiano – tiene siempre su origen en una falta de rectitud de intención al buscar éxitos humanos donde sólo debía presidir el querer de Dios, o en la mutilación de este concepto triunfal de Cristo. “Donde ha desaparecido o tan sólo se ha debilitado, la conciencia jubilosa de tener en el Hombre-Dios la fianza segura, el garante, hasta la dulce realidad de la nueva vida, de nuestra unión perenne con el Primogénito de los hermanos, con su muerte y resurrección, allí brota como en un suelo magro de la fe de la planta árida del moralismo, y con ella brotan también la virtud espasmódica, el ascetismo descarriado y los escrúpulos de conciencia que trituran los nervios, todo lo cual hace acá y acullá de la Buena Nueva una nueva siniestra”. “La otra función parcial (habla de nuestra unión con Cristo) es la “certidumbre jubilosa de tenerlo todo en Cristo. Con esto surge el sentimiento exultante del cristiano, la alegría santa del redimido, que no se siente ya desalentado por sus pecados, que ve su centro de gravedad no ya en la guerra contra el pecado, sino en el amor a Cristo, y si lucha contra el pecado es por amor a Cristo. El cristianismo es alegría, el cristianismo es confianza, el cristianismo es una continua acción de gracias”11.
        Esta concepción triunfal y este entusiasmo jubiloso engendran por otra parte una audacia divina que no se aviene con la cautela humana ni con la prudencia de la carne. “La prudencia es indudablemente una virtud, pero no es virtud ni es cristiana si el cristiano se hace de ella una cómoda mampara para su tibieza y pereza. Los cristianos cautelosos son indudablemente cautelosos, pero no cristianos. Si Cristo hubiera sido cauteloso, ciertamente, por las dotes que poseía, hubiese hecho una brillante carrera; pero Judas no habría muerto ahorcado, ni Él habría muerto en la cruz, ni habría resucitado; y habríamos seguido arrastrando por el mundo la miseria de Adán. La cautela pertenece a la razón, no a la fe; corresponde al político Pilatos, no al impolítico Cristo. Por eso Jesús, a la pregunta “¿qué es la verdad?” No le contestó. Es muy difícil entablar un discurso concluyente entre la religión y la política. Quien habla en nombre de la Verdad porque la siente arder por dentro, no consigue hablar como es menester de ciertas cosas; disfruta de una disponibilidad tan absoluta y tal libertad en la gracia que sólo se puede pronunciar palabras de eternidad para almas que singularmente sienten sed de ella”12. Esta audacia de la fe regida por los imperativos de la caridad, es un don del Espíritu Santo, un efecto de su efusión en el Sacramento de la Confirmación, y estos valores divinos, apagados muchas veces por una práctica cristiana muy alejada del verdadero espíritu de Cristo, son los que despierta el Cursillo y en los que se fundamenta uno de los más poderosos resortes de su eficacia.
        Por todas estas razones la comunicación del ser cristiano es en los Cursillos de Cristiandad esencialmente jubilosa tanto si miramos a su punto de partida (criterio sobrenatural de los dirigentes) como a su objeto (cristianismo total y, por ende, jubiloso) como también por el clima en que se realiza (espíritu de caridad que es alegría y gozo en el Espíritu Santo.) “El cristianismo, después como antes, es esencialmente efusión de Espíritu, es esencialmente milagro de Pentecostés. Y donde no se ve esta efusión de Espíritu, por allí no ha pasado “El Consolador”. Allí puede haber hombres que creen en el Padre y que debido a un ingenuo egocentrismo están persuadidos de practicar el “cristianismo” cuando van a mendigar dones de este Padre. Puede haber también hombres que creen en el Verbo y en el sentido de todas las cosas que en El se revelen y van modelando su vida, con fidelidad trabajosa según este sentido más elevado. Son los hombres de la seriedad moral y del deber arduo. Más no son los hombres del Espíritu Santo, del desbordamiento amoroso; no son los hombres de ojos brillantes. Pentecostés no ha llegado todavía para ellos”13.

Dificultad en definir lo esencialmente cristiano


        Hemos llegado al punto más difícil: la precisión de lo propio y esencialmente cristiano. Ante esa dificultad nos ha parecido lo más acertado transcribir o resumir al menos lo que han escrito quienes con mayor autoridad que nosotros han intentado penetrar en esta cuestión.
        El autor del libro titulado “Sobre la esencia del cristianismo” plantea este problema en los siguientes términos: “Puede sorprender que el cristianismo no haya dado de sí hasta el presente una caracterización última y definitiva. Sobre su ser se hacen las más distintas explicaciones  entre cristianos y no cristianos, muchas veces en oposición profunda entre sí. La razón de esta diversidad y contraposición no radica en una falta de claridad en aquello que llamamos cristianismo, sino en la plenitud de su ser y en la multiplicidad de sus manifestaciones. Apenas es posible al espíritu humano abarcar en comprensión unitaria todo el contenido íntimo del Cristianismo. Por eso, a causa de su reducida capacidad, corre el riesgo de fijarse en este o aquel rasgo del núcleo estructural del Cristianismo, perdiendo de vista que eso es una parte en el todo complejo. De este modo puede llegarse a una concepción unilateral y falsificada del Cristianismo.
        Ciertamente en estas visiones parciales de su órbita hallamos un núcleo de verdades que presentan una propiedad esencial al mismo. El error puede estar en que lo que forma parte del todo sea propuesto como lo único existente”14
        De manera parecida, aunque en lenguaje quizá más filosófico, se expresa Romano Guardini: “Lo propiamente cristiano no puede deducirse de presuposiciones terrenas, ni puede determinarse por medio de categorías naturales, porque de esta suerte se anula lo esencial en él. Si se quiere aprender esto último hay que hacerlo partiendo de su propio ámbito. Hay que preguntar directamente a lo cristiano y recibir de él la respuesta; sólo así se perfilará su ausencia como algo propio y no soluble en el resto. Lo cristiano contradice el pensamiento y la dicción naturales, para las cuales todas las cosas, sea cual sea la diferencia entre ellas, se reúnen bajo las mismas categorías últimas, constituidas por la lógica y la experiencia. Lo cristiano no se inserta bajo estas categorías. Cuando el pensamiento se percata de que, pese a toda la identidad en los elementos naturales y en la estructura óntica, no puede desintegrar lo cristiano ni insertarlo en el “mundo”, entonces y sólo entonces se dibuja con claridad lo esencial del problema”15

Esencia del Cristianismo


         Esta dificultad, sin embargo, no puede hacernos desistir del esfuerzo por fijar el núcleo esencial del Cristianismo, aun teniendo en cuenta que se corre en ello siempre el riesgo de una visión parcial y, por eso mismo, inexacta. Y es otra vez la palabra certera y autorizada de Romano Guardini la que creemos que con mayor exactitud nos hace penetrar en la cuestión: “El Cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es eso también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia esta constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica. Algo semejante, en cierto modo, a lo que con estas palabras quiere decirse lo experimente todo aquel para el que adquiere significación esencial otra persona.        
        Para él no es ni “la humanidad” ni “lo humano” lo que reviste importancia, sino esta persona concreta. Ella determina todo lo demás, y tanto más profunda y ampliamente cuanto más intensa es la relación. Puede llegarse incluso a que todo: el mundo, el destino y el cometido propio, pasen a través de la persona amada a que ésta se halle contenida en todo, a que se la vea a través de todo y a que todo reciba de ella su sentido. En la experiencia de un gran amor todo el mundo confluye en la relación yo–tú, y todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito... La doctrina cristiana afirma, en efecto, que por la humanización del Hijo de Dios, por su muerte y su Resurrección, por el misterio de la fe y de la gracia, toda la creación se ha visto exhortada a abandonar su aparente concreción objetiva y a situarse como bajo una norma decisiva, bajo la determinación de una realidad personal, a saber, bajo la persona de Jesucristo16.
        Concluyendo el análisis que sobre los puntos de vista incompletos acerca de la esencia del cristianismo hace Schmaus en su libro “Sobre la esencia del Cristianismo”, escribe las siguientes palabras, que coinciden y resumen el pensamiento mismo de Guardini: “Ser cristiano, según eso, no es ya ante todo ni la afirmación de la verdad, ni el seguimiento de una ley; es eso también – y aún esencial y necesariamente - , más primordialmente es el encuentro con un Yo. Ser cristiano equivale a entablar relaciones entre yo y tú, del hombre y Dios. Es una vivencia personal”17.
        En su obra “La enseñanza de la moral cristiana” tiene Jacques Leclerq páginas luminosísimas sobre este mismo tema y que enteras quisiéramos poder transcribir aquí si la forzosa limitación de este espacio no nos obligara a condensar tan sólo en algunas de sus afirmaciones tales como: “Cristo es un maestro de vida, y su discípulo es, ante todo, el que tiene cierta manera de vivir.” “La obra de Cristo es pues, más que una enseñanza. Se endereza a una transformación ontológica del ser humano, una transformación en su realidad, que entraña una transformación de la vida, es decir, de la acción.”
        “Lo que transforma la vida son las perspectivas generales, que dan un nuevo sentido a los actos particulares, aunque éstos no cambien en sí mismos. El convertido, hombre honrado, buen esposo y buen padre, ejerciendo honorablemente su profesión, no tiene que introducir cambios materiales en estas formas de actividad; y, sin embargo, todo cambia porque su vida se ha insertado en las perspectivas de la Redención y del Reino.”
        “El objetivo de la predicación evangélica es indicar un espíritu, una tendencia de vida, no resolver los problemas de la moral práctica. Cristo está tan preocupado de estas tendencias, de hacer comprender que Él quiere una revolución radical de objetivos, que rehúsa entrar en las cuestiones de análisis y responde las más de las veces con salidas a los que quieren comprometerle.” “La salvación tiene su lugar en el conjunto de los valores divinos donde el discípulo de Jesús se pierde, olvidándose. La salvación no es fin que se pueda aislar del resto y tomarlo como único objeto. Una concepción exclusiva de la salvación conduce a practicar la caridad misma, no por un amor verdadero y fraternal, sino con la mira de servir a Dios, de adquirir méritos y de realizar su perfección, y así, de salvarse, como si todo esto fuese concebido sin amor y como si se pudiese tener amor sin olvido de sí mismo”18.

Los Cursillos. Aplicación de esta doctrina

Todas estas citas no vienen sino a decir lo mismo que hubiésemos querido decir nosotros de sabernos expresar como estos autores lo hacen y de poderlo hacer con la autoridad que su prestigio teológico les concede. Decíamos al comenzar este estudio de esencia de los Cursillos de Cristiandad que un Cursillo no es sino “la comunicación jubilosa del ser cristiano”. Todo el contenido vivo de los Cursillos se encierra en este “ser cristiano” cuyo sentido nos declaran los párrafos antes aducidos. A nadie que claramente los entendía puede sorprender que un contenido que es por esencia vital y renovador, sea capaz de vitalizar y renovar en tres días – supuesta siempre la acción de la gracia – todas aquellas individualidades a quienes se les puede reconocer un mínimun de valores humanos como capacidad receptiva de esta transformación. Ni tampoco puede sorprendernos el escepticismo de quienes, ignorando o descuidando esta doctrina, no crean en la posibilidad de esta transformación, pues las afirmaciones y la experiencia de donde ellos parten hacen poner en tela de juicio cualquier eficaz transformación, aún concebida a largo plazo. Más que al método, hemos de decir que la eficacia de los Cursillos está precisamente vinculada a su contenido, al “ser cristiano” que en ellos se predica, se vive y se comunica jubilosamente como fermento capaz de realizar las más sorprendentes y maravillosas transformaciones.
        No ignoramos que ante la lectura de los testimonios con lo que hemos intentado explicar la esencia de los Cursillos, pueden surgir y surgirán diversas posturas; la de quienes no les concedan apenas importancia, indicio claro de lo lejos que están de haber penetrado en la profundidad de su significado  y en el contenido de sus múltiples consecuencias; la de quienes los consideren como peligrosas novedades, postura que manifiesta una dolorosa ignorancia del más elemental sentido cristiano y del Evangelio mismo  del que no son sino consecuencia lógica; la de quienes afirmen que esto mismo es lo que ellos siempre han dicho, a los cuales cabria preguntar cómo predicando una doctrina tan renovadora ha sido tan menguada – a veces casi nula – la renovación que su aplicación ha producido; y por último - pues la lista podría alargarse muchísimo – la más deplorable, la de quienes crean que esta doctrina no es sino expresión de su conducta, que a la vez podríamos decir que no es otra cosa que la inconsciente, por no decir absurda, negación de aquélla. La explicación de tal diversidad frente a una misma doctrina podríamos encontrarla en aquellas palabras que escribíamos hace ya años, al principio de los Cursillos: “Es verdad que si bien hay un solo cristianismo, de hecho y prácticamente hay dos conceptos distintos de él: el estático y el dinámico, y, por tanto, dos grupos de cristianos: los que vegetan y los que militan, los que viven y los que se desviven; para los primeros, Dios es un príncipe pacífico a quien se puede honrar con oraciones, rituales, con ceremonias brillantes, y con reverencias y frases. Y la Iglesia,  una sociedad benévola, encargada de velar por las buenas costumbres, que no nos exige más que vivir en paz sin hacer ruido. Los que tal creen no suelen pensar más que en su propia virtud. No son católicos prácticos, sino de practicas; y menos mal si son sinceros y no hay en ellos ningún desorden interior que convierta en una perpetua hipocresía todas sus apariencias honradas. Para los otros la iglesia, la Santa Madre Iglesia, es la que tiene la altísima misión de hacer llegar a todos los hombres los beneficios de la Redención. La iglesia militante, la que milita, la que necesita que todos sus miembros sean soldados siempre en activo para realizar prácticamente en la vida de la humanidad sus postulados. Y es que Jesucristo, que está vivo y operante en su Iglesia, es, más que un grato recuerdo y una dulce esperanza, un deber inexorable”19.
        Digamos para terminar que el “ser cristiano” no es, por tanto la permanencia estática dentro de las conveniencias personales de una fe aceptadas muchas veces por el magisterio de un ambiente en el que incluso la realidad ha cedido su puesto a la apariencia, ni es tampoco la aceptación pasiva de una moral que, mutiladas sus más vivas e íntimas exigencias, se reduce prácticamente, a un simple código de educación social dentro de este ambiente barnizado de cristianismo; ser cristiano no es tampoco la simple práctica de toda una serie de devociones en la que hay para todos los gustos; ser cristiano no es tampoco llegar a tener un grado de formación que permita llamarse un “cristiano formado”. No. Todo esto no es el cristianismo. Cuantos crean lo contrario, cuantos crean que por sus estudios teológicos o por su formación son ya cristianos, encontrarán fácil respuesta en estas palabras de Guardini: “El creyente hará bien en no decir que es cristiano, sino que sólo se esfuerza en serlo”20, porque el cristianismo es precisamente esto, una vital y progresiva incorporación a Cristo, un camino cuya meta es precisamente el caminar, un peregrinar constante que es “caminar por Cristo hacia el Padre, a impulsos del Espíritu Santo, con la ayuda de María, para llevar consigo a todos los hermanos.”
        Y así es fácil comprender que mientras existan entre las filas de los que se dicen cristianos quienes antepongan los valores de la ciencia, de la cultura, de la posición social, de las conveniencias personales a la estricta y exigente verdad del Evangelio, existirán también quienes en nombre de estos mismos valores levantarán su voz de desaprobación contra los Cursillos, contra sus modos y sus maneras. Pero no nos engañemos, la raíz de la oposición es más honda. El día en que los cursillos sean del agrado de todos y recibidos con general  aprobación, cabra pensar si los Cursillos han dejado de ser ya los Cursillos para ser cualquier cosa menos la “comunicación jubilosa de ser cristiano”.
        Vistos los principales aspectos de la esencia, el conocimiento de los fundamentos de la técnica de los Cursillos de Cristiandad nos ayudará a penetrar aún más en las razones del cómo y del porqué de los mismos. No es fácil, sin embrago, hablar de técnicas; más aún, puede incluso resultar peligroso, pues es éste un terreno en el que fácilmente se truecan los valores y por falta de un conocimiento preciso es posible dar carácter de fin a lo que tan sólo tiene razón de medio. No obstante, no podemos olvidar que si en los Cursillos de Cristiandad  esencial y primariamente es todo cuestión de gracia, es también cuestión de técnica y que ésta, después de la gracia, es también esencial en ellos; de ahí su importancia y la necesidad de conocerla.

La técnica en general


        Técnica no es otra cosa que el conjunto de procedimientos, de maneras o de recursos que sirven a un objetivo, a una teoría. Peligrosa en sí misma, la técnica es, sin embargo, necesaria para que toda teoría, de por sí abstracta, entre en el camino de su realización objetiva y concreta. La técnica es la que enlaza, en el terreno de la eficacia, los más elevados postulados de la teoría con las menores circunstancias de la vida, impregnándolas del espíritu de aquélla y orientándolas de cara a sus objetivos. La teoría – podríamos decir – es vuelo del espíritu: la técnica, peso de alas que hace posible este vuelo. El hombre no es sólo espíritu, sino también cuerpo; por esto lo humano requiere una síntesis teórico – técnica. La peligrosidad de la técnica esta en su desorbitación, el tecnicismo; su valor, en la subordinación en lo principal y en el empleo dentro de los justos límites.

La técnica apostólica

        Todo esto es válido también en el campo de lo apostólico. La técnica es aquí justa proporción y subordinación de los medios al fin, búsqueda ilusionada, selección adecuada y aplicación eficaz de estos medios. Sin ella toda concepción apostólica no pasaría de ser una teoría carente de valor objetivo al aplicarle el criterio apostólico de los frutos. La técnica apostólica requiere el máximo aprovechamiento de todos los recursos humanos para ponerlos al servicio de la gracia; supone, por  tanto, el conocimiento de estos recursos su ordenada disposición y su certero aprovechamiento.
        La sola consideración de la magnitud e importancia de toda acción apostólica hace resaltar por sí misma la necesidad e importancia de la técnica apostólica, pues si bien la eficacia de toda acción en este terreno depende de la gracia, no es menos cierto que esta eficacia se multiplica al entrar en juego una técnica eficiente, ya que la gracia no sólo no prescinde, sino que supone y perfecciona lo humano y siendo así que la técnica no es otra cosa que el conjunto de todo lo humano puesto al servicio de lo divino. Teniendo esto en cuenta y suponiendo que su concepción sea en teoría todo lo eficaz que debe ser (lo cual no siempre es así), cabe preguntarse si la escasa eficacia práctica de muchas obras y organizaciones apostólicas de que tantas veces nos hemos quejado, no estará precisamente en la falta de una técnica adecuada a los fines que se pretenden conseguir y puesta al día bajo todos sus aspectos.
        Al hablar de técnica apostólica, queremos repetir, para evitar malos entendidos o torcidas interpretaciones, que la técnica sólo merece el nombre de tal cuando se ajusta a su misión de instrumento de algo superior, subordinado siempre a él y del que recibe su verdadero y auténtico valor. Otra cosa sería tanto como querer reducir la gracia a sistema y su acción a truco psicológico pretendiendo acotar o determinar los campos por los que haya de discurrir la acción divina, o caer en un activismo infecundo para todo lo sobrenatural. Creemos necesario advertirlo para salir al paso desde el primer momento a quienes han querido acusar a los Cursillos de Cristiandad como si en ellos se tratara de algo por el estilo, y para que a la luz de esta observación puedan entenderse en su verdadero significado las afirmaciones que sobre la técnica de los mismos vayamos haciendo.
       
La técnica en los Cursillos de Cristiandad

        Como en toda acción o método apostólico, la técnica tiene aplicación en los Cursillos de Cristiandad. Repitamos que en ellos es todo cuestión esencialmente de gracia, pero también de técnica, subordinada ésta a aquélla, pero necesarias ambas como elementos de un todo vivo y vital cuyas fronteras – siempre difíciles – escapan muchas veces a una precisión menos profunda. Apliquemos a los Cursillos cuanto hemos dicho de la técnica en general y de la técnica en el terreno de lo apostólico, y nos encontraremos frente a uno de los elementos imprescindibles y característicos de los Cursillos de Cristiandad: su técnica depurada, específica y propia.
        En efecto, la técnica es no sólo uno de los elementos esenciales de la eficacia de los Cursillos, sino también de su caracterización especifica y propia, pues si en su esencia los Cursillos no son otra cosa que cristianismo, y por lo mismo coinciden con todo lo auténticamente cristiano, en su técnica son específicamente distintos de otras realizaciones o métodos apostólicos, con los que muchas veces se les ha querido comparar y con cuyos criterios se les a pretendido enjuiciar y valorar, no beneficiando por ello este juicio comparativo a ninguno de sus dos términos.
        La técnica en los Cursillos no es otra cosa que la aplicación practica de su esencia, pero no una aplicación cualquiera dejada a merced del gusto personal y de la improvisación del momento, sino una aplicación dirigida hacia la mayor eficacia y que no sólo no desfigure o mutile los anchos horizontes de esta esencia, sino que le ofrezca un campo de acción adecuado, eficaz y fecundo. En este aspecto podríamos decir que técnica es también método, es decir, sistema, modo, oportunidad de cada momento, si bien esta palabra tiene muchas veces un significado demasiado estático. Ni se confunda la técnica con la estructura de los Cursillos, que no es otra cosa que el esqueleto externo sobre el que trabaja la técnica para la aplicación de la esencia.
        Ya nos hemos referido a la absurda acusación de que en los Cursillos se recurre a trucos psicológicos, a sugestiones o hipnotismos. No es nuestro propósito rebatirla. La técnica de que hablamos nada tiene que ver con semejante acusación nacida siempre en quienes ni de lejos han analizado un Cursillo ni menos lo han vivido. La técnica no es sino “preparar los caminos del Señor”, disponer los cauces humanos para recibir la gracia obtenida por la oración y facilitar al hombre su camino hacia esta gracia. No es violentar, sino invitar; no es forzar, sino despertar y avivar el querer; no es obligar, sino desbrozar el camino que conduce a la decisión, pero sin olvidar nunca que esta decisión, esta aceptación de la gracia, es siempre un acto totalmente libre en el hombre y que Dios mismo respeta siempre esta libertad. Otra cosa sería un trato sacrílego de la inviolable libertad nunca fecundado por el espíritu del Señor que “sopla donde quiere” y que por ello no puede soplar donde está el mal; sería tanto como hallar en su mismo origen el fruto más vital y delicado del Cursillo, cegar la fuente de toda fecundidad sobrenatural.

PRINCIPIOS GENERALES DE ESTA TÉCNICA

        Como principio general podríamos decir que la técnica en los Cursillos de Cristiandad se reduce a tener ciencia y conciencia de lo que debe hacerse y de lo que normalmente sucede, para saber qué debe hacerse y cómo debe hacerse para que, en un momento dado, suceda lo que tiene que suceder: que un individuo se encuentre jubilosamente con la verdad.
        Los criterios que rigen la técnica de los Cursillos, lo mismo que los de toda acción apostólica, se reducen a uno solo, al que nos hemos referido más de una vez: el de la mayor eficacia. Ni el gusto, afición o formación personales de los dirigentes, ni la mayor o menor facilidad, ni el juicio subjetivo de la importancia de los hechos o de las circunstancias pueden ser criterios válidos cuando lo que entra en juego son la gloria de Dios y la salvación de las almas. Sólo desde el punto de vista de la mayor o menor eficacia pueden resolverse adecuadamente todas las situaciones. Otra cosa seria abrir la puerta a los criterios personales, que muchas veces dejan de ser sobrenaturales y son siempre peligrosos.
        Entre los aspectos más principales de esta técnica de los Cursillos podemos enumerar primeramente su estructuración doctrinal. La teoría de los Cursillos de Cristiandad no es otra cosa que su contenido de verdad dogmática; la técnica en este aspecto equivale a la sistemática estructuración de estas verdades de cara a la finalidad concreta que se pretende conseguir. No se trata, en efecto, de presentar a los cursillistas toda la teología, sino de dosificarles y abrillantarles la verdad que necesitan saber, teniendo siempre en cuenta lo que ya saben, lo que ignoran y lo que conocen confusa o deficientemente. Y técnica es también en este punto no sólo esta cuidadosa estructuración doctrina, sino la manera práctica de presentar estas verdades, pues sabido es que a los hombres les importa aún más que lo que se les dice, quién y cómo me lo dice; a lo primero responden las características de los dirigentes (no es éste el momento de estudiarlas), y lo segundo encuentra su expresión adecuada en el tono de sinceridad, convicción, naturalidad y valentía con que se comunica la verdad de los Cursillos.
        La eficacia requiere, además de la sistematización doctrinal, un ambiente y un clima apropiados. Técnica es aquí la estructuración de las circunstancias, que no significa someter a los cursillistas a toda una serie de trucos o reacciones psicológicas, sino hacerles vivir en la verdad y de la verdad dentro del clima mas propio para que esta verdad cale hondamente en el alma, pues sabido es que la palabra sólo penetra eficazmente cuando se le abren las puertas del alma y éstas no se franquean sino las debidas condiciones. Conviene para ello saber que hay circunstancias imprevistas y otras prefabricables y que es necesario, por lo tanto, el estudio de los casos clínicos para saber diagnosticar, todo lo cual tiene realización, dentro de un Cursillo, a través de la adecuada y precisa sucesión de los distintos momentos característicos y típicos del mismo, y cuya razón de ser escapa a la visión de quienes no aciertan a comprender cómo dentro de un clima semejante sea posible conseguir los resultados que se consiguen, y que por ello ponen en tela de juicio tales resultados.
        Otros aspectos de la técnica de los Cursillos podríamos considerarlos desde otro punto de vista: desde su doble vertiente colectiva e individual de objetivos distintos pero complementarios.
        En cuanto a lo que podríamos llamar la vertiente de la colectividad, no puede olvidarse que el manejo de una colectividad exige tener cierto dominio sobre ella y que la autoridad no se impone, sino que se merece. Tener autoridad no es sinónimo de mandar, sino de saber servir. La técnica consiste aquí en emplear este dominio para manejar con acierto todos los momentos colectivos del Cursillo de cara a su finalidad concreta y precisa; dar fisonomía a la realidad colectiva que empieza a perfilarse; guiar en el camino, cercando de ironías los lugares peligrosos a fin de prevenir y evitar, que siempre es mejor que curar. Todo esto, sin embargo, no podrá nunca hacerlo sino quien ha aprendido a conocer a los hombres, sus reacciones y sus preferencias y ha llegado a saber conjugarlo con la autoridad o prestigio que los mismos hombres conceden a quien sabe manejarlo, pero que no admiten si se les pretende imponer.
        La técnica del contacto individual, variadísima y de matices prácticamente indescriptibles, podríamos decir que sigue la curva progresivamente ascendente que describe siempre el desarrollo normal de un Cursillo lo mismo en la colectividad que en cada una de las individualidades que la componen, y cuyos momentos principales podríamos reducir a: conocer, situar y dirigir. La misión no es resolver los problemas en un terreno moralista, sino construir, edificar, comunicar los criterios eficaces y válidos para una estructuración cristiana de toda la vida, que ha de ir mucho más lejos que la limitada duración de un Cursillo.
        La técnica de este contacto individual supone saber: cómo son los cursillistas, cómo han de ser y qué y cómo debe hacerse para que llegue a ser lo que en los Cursillos se pretende.
        Aquí deberíamos recordar el acierto con que Chesterton afirma que para enseñar latín a Juan no es lo primero saber latín, sino conocer a Juan. El olvido de esta verdad tan sencilla, pero fundamentalísima, es, sin duda, la causa de por qué existe muchas veces una distanciacion tan acusada – que hace imposible toda eficaz actuación – entre quienes están llamados a ser luz y los que deberían ser iluminados y que permanecen, sin embargo, en las tinieblas. Conocer a los hombres supone ante todo no perder de vista que su más genuino valor reside más bien en su libertad que en su inteligencia. La técnica exige, por lo tanto, dirigirse hacia esta libertad, pero haciéndolo siempre en el nombre del Señor, apuntar hacia las aspiraciones y las posibilidades, las cuales ofrecen siempre un terreno más noble y más fecundo que el de los deberes.
        “La comunicación de la verdad – escribe un autor contemporáneo de unos hombres a otros o de un hombre a otro, como si la verdad fuera líquido de trasiego, es hazaña que requiere exquisito cuidado y comunicación de alma, de pasiones, de estilo, de ritmo y de lenguaje. Porque la verdad se muestra siempre celosa de sus donaciones y hasta el aire la ofende”21. “Un alma – dice Thibon – que no presiente y no respeta lo que puede haber de verdad y de profundidad en otra alma de sentimientos opuestos, no es un alma grande. Allá donde el espíritu no puede comprender, debe presentir, y donde no puede presentir, debe creer”22.
        Una vez que se ha entrado en la etapa del conocimiento de los hombres, es necesario saber qué decirles y cómo decírselo. Sólo un concepto triunfal de la verdad del cristianismo hecho vida y vivido al fuego de la caridad puede ser en cada momento la fuente inagotable de una verdad que, dosificada, es la única verdad y la única solución válida para cualquier momento y para cualquier circunstancia. El cómo deberá hacerse esto está vinculado siempre a las características propias de cada caso concreto, pues si bien se trata de una sola y única verdad, no se trata nunca de idénticos individuos y, por lo mismo, el único camino posible y eficaz es el que cada uno tiene abierto o está dispuesto a abrir si se le invita o se le ayuda, sin forzar nunca ni atacar por sorpresa o entrando sin ser invitados.
         La técnica exige, por lo tanto, el ajustarse siempre al momento preciso del Cursillo, sin adelantarse a las situaciones, que equivaldría a desconectarse, y sin retardar los movimientos que equivaldría a frenar. Resumiendo, podríamos decir que la técnica es aquí oportunidad, delicadeza y tacto.
       
Importancia, exigencias y peligros de la técnica

        La importancia de la técnica en los Cursillos de Cristiandad es tal que no es posible hablar de ellos sin tenerla en cuenta, como no es posible tampoco realizar un Cursillo sin atender a sus postulados, a sus exigencias y hasta a sus mínimos detalles. Sin esta técnica un Cursillo sería algo de resultados quizá óptimos, pero no sería un Cursillo de Cristiandad. Es verdad que la técnica no es el todo, pero sí es un elemento primordial e imprescindible que exige que cada situación, cada momento y cada circunstancia tenga su puesto y su finalidad precisos mirando siempre a la mayor eficacia; de ahí la absurda equivocación de quienes pretenden aplicar fuera de los Cursillos de Cristiandad elementos que han sido estructurados con miras exclusivamente a ellos y que, por lo mismo, sólo dentro de ellos tienen una eficacia comprobada, o también el absurdo de los que por otros criterios que no son los de la eficacia pretenden mutilar lo que en el fondo desconocen o cambiar el orden de los factores, como si la libertad y la gracia pudieran manejarse al igual que ciertas operaciones matemáticas.
        La técnica tiene también sus exigencias. En primer lugar, la técnica no se improvisa, requiere ciencia y conciencia, y presupone por lo mismo una preparación. Ciertamente existen casos que escapan a toda previsión y en los que la técnica consistirá en saber arrancar del Señor la solución acertada; pero hay otros muchos, los más, en los que sería tentar a Dios y pretender que saliera fiador de la pereza de quienes no supieron poner lo que estaba en sus manos el querer resolverlos sin una cuidadosa preparación técnica.
        Exige también la técnica su empleo racional. Las soluciones no pueden aplicarse como quien aplica tarifas o maneja objetos fabricados en serie, sino que es necesario saber equilibrarlas al filo de la verdad de cada momento. Todo lo vital encierra una renovación constante en la que es necesario estar siempre al corriente para no quedar rezagados.
        Adema de los fundamentos existen también los momentos de la técnica y que los resume la palabra oportunidad.
        La última de las exigencias de la técnica es el dominarla para no correr el riesgo de ser dominados por ella. Quien hace lo que se debe, pero vive ignorando el porqué debe hacerse de tal manera, está muy lejos de poder sacar todo el rendimiento que se pretende con lo mismo que hace. Quien no tienen la suficiente libertad para saber cambiar oportunamente de táctica si es preciso, cuando la eficacia lo reclama, se encuentra prisionero de la técnica, y por salvarla corre el riego de perder lo principal: la esencia y el espíritu. Le falta la imprescindible libertad de espíritu y de movimiento para que su actitud pueda ser reflejo vivo del espíritu y de la vida que está llamado a proyectar.
        La técnica es, por último, peligrosa, y el peligro está en su desorbitación. Ya lo hemos apuntado anteriormente. Pero no deja de ser también un peligro y no menos funesto el considerarla como algo de poca importancia y que todo puede darse por conseguirlo si se consigue que se entusiasmen y vivan en gracia. Creer que los Cursillos de Cristiandad consisten en esto, es desconocerlos totalmente y cerrar de golpe la puerta a las múltiples y más eficaces posibilidades que de ellos se desprenden y hacia las que directamente se encaminan23. Quien no tiene la suficiente humildad para admitir, estudiar, aprender y aplicar las soluciones que llevan la garantía de los frutos y que deben persistir, mientras no se disponga de otras de mayor eficacia pero comprobada, están en lo humano muy lejos de poder hacer fructificar como es debido las energías espirituales acumuladas en un Cursillo por la oración y sacrificio de tantos otros y su intervención puede llegar a ser un estorbo no exento de responsabilidad.
        Más esto no equivale a afirmar que los Cursillos de Cristiandad son el único camino y la única solución. Nunca lo hemos dicho, porque nunca lo hemos creído. Los Cursillos dejarían de ser lo que pretenden si llegado el caso no supieran ceder el paso a otras soluciones más eficaces; esta convicción es esencial en los Cursillos. Sin embargo, no por esto podemos dejar de exponer la técnica de los Cursillos cuando ésta es atacada o adulterada y no con ánimo de levantar polémicas, que nunca es cristiano, sino con la sola intención de que se conozca claramente una verdad que no es nuestra, sino que vale más que nosotros.

El estilo

        Al hablar de estilo no nos referimos aquí al estilo entendido como cualidad artística de una obra, sino al estilo como expresión natural y espontánea de la vida, como la “nota sintomática y reveladora de que un determinado contenido vital ha encontrado su expresión adecuada y perfecta”24.
        El estilo es en el hombre explosión de su personalidad, creación de su genio; por eso la vida animal es incapaz de tener un estilo. Existe, sin embargo, una diferenciación, una doble concepción mecánica y orgánica del estilo que es preciso tener en cuenta. El estilo orgánico es la palabra viviente al servicio de la idea viviente. El estilo mecánico es un arreglo de palabras hecho en beneficio de ciertas convicciones. El estilo orgánico va al corazón de las cosas y corta en lo vivo; el estilo mecánico resbala junto a ellas, creyérase que teme hablar porque su conciencia es pecadora. El primero es libre, franco, determinado, atrevido: no tiene miedo, porque no merece reproche. El segundo es tímido, falso, indeciso, cobarde y mentiroso. El primero es esencialmente personal; exige que el hombre piense y hable como piensa; que crea actualmente, íntimamente, vivamente todo aquello que dice. El segundo espiga, de todas partes, algunas flores mustias que han servido ya mil veces; está compuesto de viejos retazos. El primero estrecha el pensamiento tan de cerca que forma cuerpo con éste. No podrás desprenderte de él, ni admirar  el uno sin el otro, ni pensar la misma idea sin servirte de las mismas palabras que ella parece haber escogido para expresarse. El segundo es una colgadura flotante que se representa en torno del pensamiento sin jamás tocarlo. El primero es un combate; el segundo, una esgrima de salón”25.
        El estilo, como la vida humana de la que dimana, tiene también sus leyes y sus condiciones. La verdad es la primera condición del estilo. El hombre debe vivir la verdad y expresar esta vida en la verdad. De aquí que todo convencionalismo trunca algo esencial en el estilo; un estilo convencional dejaría de ser estilo. La perfección del estilo está en su plenitud de expresión del contenido vivo que reboza el espíritu. Por eso también lo ridículo, lo ficticio, lo estático son siempre imperfecciones o deformaciones del estilo, así como lo son también de la vida.
        El estilo es actitud del hombre frente a la vida; la palabra y el gesto, manifestaciones de esta actitud, son por lo mismo los elementos esenciales en los que se verifica y manifiesta el estilo.
        La palabra auténtica no es repetición mecánica, sino revelación personal; en su transparencia luminosa atesora el secreto de nuestro pensar, querer y sentir.
        El gesto, que es elocuencia de acción es también expresión de vida cuando no se reduce a una mecánica sucesión de inconscientes movimientos, sino que es activa incorporación de la materia al espíritu.
       
El estilo cristiano

        El cristianismo es vida, plenitud de vida que da un nuevo sentido y un auténtico valor a toda la vida humana, y el cristiano se distingue por esta manera nueva de vivir la vida; de ahí que sea lícito hablar del “estilo cristiano”, difícil de precisar e imposible de definir, pues nos debatimos siempre, como en lo cristiano, entre la pobreza de los vocablos humanos para expresar tanta plenitud de significación y de contenido.
        El estilo cristiano es por definición un estilo vital y orgánico; lo estático, lo mecánico está al otro polo de la “vida abundante”, de la “fuente de agua que salta hasta la vida eterna”.
        Sus características dimanan de esta misma vida y, como ella, trascienden lo humano. Verdad, sinceridad, valentía, audacia, jubilosidad son notas de este estilo que lógicamente se desprenden de su misma esencia. Su carácter de providencialismo le sitúa en un plano al que no alcanzan las previsiones humanas y que a los ojos profanos o poco cristianos les parece locura, temeridad o absurdo, cuando no es otra cosa que lógica divina, equilibrio al filo de la verdad eterna.
        Pero esto no quiere decir que lo cristiano sea negación o desprecio de lo humano, ni que el estilo cristiano se desenvuelva lejos o al margen de lo humano, sino todo lo contrario. Es en la confianza íntima en el Padre, “sin cuya permisión no puede caer ni siquiera un cabello de nuestra cabeza”, donde cada palabra, cada gesto, todo acontecimiento y toda circunstancia encuentra la revelación plena de su significado. Es por esto también que el cristianismo ha de revelarse en el valor divino de los actos humanos. He aquí la característica esencial, la naturaleza íntima, el estilo cristiano: expresar y revelar el sentido de lo divino por la nueva significación que en Cristo encuentra todo lo humano. La palabra y el gesto, la actitud toda del hombre frente a la vida ha sido llamada en el cristianismo a abandonar su significación de caducidad y a ser expresión de una nueva vida, de una nueva creación según el Espíritu de Dios.
        La inagotable plenitud de contenido de la vida cristiana y su perfecta adaptación a todos los tiempos y a todas las geografías hacen que esta expresión revista variadísimos matices y formas constantemente nuevas. Esta consideración podría servirnos de punto de partida para un estudio de la historia de la espiritualidad cristiana que, idéntica siempre a sí misma en lo esencial, ha encontrado a través de la historia variadísima formas de expresión o de estilo. El cristianismo de las catacumbas, las órdenes monásticas, la vida eremítica, las congregaciones religiosas, los institutos seculares, son otras tantas formas del estilo cristiano sin que pueda decirse que el cristianismo fueron las catacumbas, los cenobios, los conventos ni tampoco la espiritualidad franciscana, dominicana, benedictina o ignaciana. La multiplicidad de formas de expresión del cristianismo no se ha agotado todavía ni se agotará tampoco en ninguna forma de estilo.
        Y como la palabra y el gesto son elementos esenciales del estilo, podríamos recorrer toda la literatura y toda la historia cristiana y a cada paso nos encontraríamos con el lenguaje y con la actitud que en cada momento ha sido la expresión de lo cristiano. Las palabras – no las fórmulas dogmáticas – y las actitudes, como elementos humanos que son y válidos sólo en relación con el contenido vital que expresan, pueden perder su fuerza y vitalidad de expresión y ceder su puesto a otras nuevas, no mejores ni menos buenas, no más o menos exactas, sino más actuales, y por lo mismo más vivas y adaptadas al momento histórico. Basta para ello abrir un libro de piedad del siglo XVII o XVIII, o más reciente incluso, o dar una ojeada a la hagiografía de otras épocas, para darnos cuenta inmediatamente de cierto anacronismo de expresión y aun de contenido que dista mucho de ser para nosotros la expresión natural y espontánea del cristianismo. Otro tanto cabe pensar que les pasará a las futuras generaciones con lo actual, y esto no por una aversión a lo antiguo, sino por la carencia de vitalidad que tiene lo arcaico.
        De ahí se desprende otra de las notas características del estilo cristiano: su actualidad. Esta actualidad que en el cristianismo es siempre perenne en cuanto a su contenido, en su expresión, a través de la palabra inspirada o las fórmulas teológicas, exige una constante renovación. Lo humano evoluciona constantemente, y a su ritmo evoluciona también el estilo cristiano, expresión actual de lo divino mediante lo humano. La vida cristiana del siglo XX no es la vida cristiana de siglos anteriores, sino la vida del siglo XX, pero cristianizada. Esto es así por más que nos empeñemos en lo contrario. La tarea del cristiano no es alabar o recordar con nostalgia las generaciones pasadas, sino cristianizar las actuales, y esto requiere un estilo cristiano actual. Sin él la vida humana discurrirá lejos del evangelio, o el cristianismo se convertirá en algo anacrónico, sin influencia directa en la vida, y la culpa será de los cristianos de hoy que no habremos sabido hacer en nuestro siglo lo que los que nos precedieron hicieron en el suyo. Nuestros antepasados nos condenaran no por no haber conservado lo que ellos hicieron sino que por no haberlo continuado llevando a cabo lo que era específicamente nuestro.
        Es clara la importancia que tiene el estilo para la eficacia de un método apostólico; es necesario contar con él si se quiere lograr una eficaz penetración del cristianismo en toda la vida humana. Pero esto sólo puede conseguirse a condición de que este estilo revista todas aquellas características que son garantía de autenticidad. Y cabe pensar si la poca eficacia de que muchas veces nos lamentamos en nuestros efectivos apostólicos no podría atribuirse precisamente a que no nos hemos preocupado lo bastante para que su estilo estuviera a tono con la realidad actual de las necesidades a que debiera responder.



El estilo en los Cursillos de Cristiandad   

         Si, como ha escrito Guardini, “de una forma de vida social que, abiertamente, manifiesta en su existencia y su acción la interna razón de su esencia propia, no como una particularidad o capricho momentáneo del ser, sino íntimamente ligada a toda la arquitectura animada de su vida integral, se puede decir con exactitud que tiene estilo”26, con toda propiedad podemos afirmar que existe también un estilo de los Cursillos de Cristiandad, íntimamente ligado a su naturaleza y del que no puede prescindirse sin menoscabo de su integridad y de su eficacia.
        La esencia de los Cursillos – lo hemos dicho ya – no es sino la esencia del catolicismo, y es, por tanto, universal en su contenido y en su aplicación; el estilo, en cambio, es algo peculiar, expresión típicamente propia de este contenido y de un valor decisivo no siempre justamente valorado ni rectamente comprendido.
        El contenido vital de un Cursillo se resume en un cristianismo activamente incorporado a toda la vida, y su estilo en la expresión de una nueva actitud del hombre, la cristiana, frente a toda la vida. Lo cristiano y lo religioso reclaman, hoy más que nunca, una expresión no sólo para el templo, sino también para la calle. Encontrar una tal forma de expresión, plasmarla en vivencias concretas, espontáneas y fácilmente asimilables constituye, por encima de toda discusión, uno de los hallazgos más geniales y característicos de los Cursillos.
        Como en todo método apostólico, el estilo tiene una importancia capital en los Cursillos; en cierto sentido forma parte de su técnica, pues es medio de penetración: es la expresión natural y sincera de su contenido tan ceñida a él y que “estrecha el pensamiento tan de cerca que forma cuerpo con éste y que parece haber escogido hasta las palabras para expresarse”27.
        Ha sido principalmente por la razón de este estilo que se ha querido culpar a los Cursillos como si pretendieran romper antiguos moldes tradicionales; pero si la actualidad es la nota característica de un estilo, se nos antoja un acierto más que un defecto no el romper viejos moldes, que esto cualquiera sabe hacerlo, sino encontrar otros nuevos, actuales y de eficaz penetración, que es algo muy distinto e incomparablemente más difícil, los cuales revelen a los hombres del siglo XX el contenido vivo del cristianismo, facilitándoles al mismo tiempo el medio de su expresión natural y sincera, y en este aspecto la sola consideración de las conversiones realizadas en los Cursillos justifica más que suficientemente la eficacia y legitimidad de este estilo.
        Es necesario, en efecto, situarnos en el terreno psicológico de las conversiones – punto fundamental de la psicología de los Cursillos – para tener un punto de vista adecuadamente exacto para medir todo el alcance y penetrar en la entraña misma del estilo de los Cursillos de Cristiandad, atendidas la esencia y características del estilo28 y la finalidad concreta de los Cursillos29. Toda otra posición sería falsa o, al menos, incompleta y, como tal, no nos ofrecería garantía para la justa valoración de la importancia y características del estilo de los Cursillos.

Características de este estilo

        Como nota primera y fundamental del estilo de los Cursillos, como de todo estilo orgánico y vital, hay que destacar su acentuada actualidad, que en muchos aspectos se revela como una novedad. Se trata, como ya decíamos al hablar de las exigencias del estilo cristiano30, de vivir el cristianismo de siempre con formas actuales que lleguen hasta el fondo del alma de los hombre de hoy para hacer de ellos los cristianos de siempre; y esto exige una constante renovación para no perder la perenne actualidad. Sería interminable la lista de testimonios que, empezando por el mismo Romano Pontífice, nos invitan a una total renovación de la vida cristiana y llaman angustiosamente a la conciencia de los cristianos para que cumplamos esta nuestra tarea actual. Esta es la novedad del estilo de los Cursillos, una actualidad renovada que responde a la necesidad de adaptación vital a la psicología de los hombres de hoy.
        Entre los principales matices de esta actualidad característica destacan la sinceridad y el realismo. Vivimos – no podemos olvidarlo si queremos que los hombres nos entiendan – una época de tremendo realismo, en la que los convencionalismo de actitud y de expresión característicos de épocas anteriores se han vuelto inevitablemente cursis y han cedido su puesto a una sinceridad tal, que en las zonas del pecado reviste matices de escándalo provocativo. La reacción habrá de venir precisamente de un cristianismo tremendamente sincero también, escandaloso para todos aquellos fariseísmos, herencia más o menos inconsciente de un liberalismo y de un naturalismo religioso, que no tolera la viva acusación de actitudes resueltamente cristianas que irrumpen en las mesas de un bar o en las plataformas de un tranvía. Es por eso que en el estilo directo de los Cursillos las cosas se llaman por su nombre, sin eufemismos, y la postura cristiana se vive con una descarnada sinceridad, que algunos han calificado de ostentación cuando no era otra cosa que la valentía de ser y parecer lo que realmente se es, sin confundir la humildad con la cobardía, la conveniencia o la disimulación.
        Esta valentía es otra de las características del estilo de los Cursillos; es la valentía característica del cristianismo. Valentía que es exigencia imperiosa de la misión cristiana dentro de un ambiente que tiene muy propio de cristiano, que, por consiguiente, no es otra cosa que la abierta profesión de la fe y la sincera aceptación de todas sus consecuencias sin mutilaciones ni posturas acomodaticias. De ahí nace una postura que para muchos suena a estridencia, pero las estridencias dependen siempre de la tesitura en que nos situemos. Así no es de extrañar que en un ambiente de cristianismo rebajado resulte estridente toda postura auténticamente cristiana.
        La posesión entrañable de la verdad da a este estilo un tono de jubilosidad, que es consecuencia lógica del concepto triunfal del cristianismo de donde emana y que forma la entraña doctrinal de los Cursillos; la alegría y el gozo en el servicio del Señor es un don del Espíritu Santo.
        Existe también otra modalidad del estilo que nace del carácter eminentemente, aunque no exclusivamente, seglar que tienen los Cursillos. Un cristianismo encarnado en la vida de calle, un cristianismo vivido con americana y corbata, no es opuesto, pero sí distinto, en su estilo de lo típicamente eclesiástico y da origen a actitudes difícilmente comprensibles para quien no tenga otro punto de referencia que su propia formación.
        Podríamos señalar además otro matiz, geográfico, o si se quiere, racial: el de lo hispánico. Es la manera peculiar, quijotesca, que tenemos los españoles de entender la vida; el ser quijotes a lo divino y  católicos a la jineta da un aire de santa audacia, de inconfundible fisonomía a todo lo cristianamente español.

Algunos aspectos particulares de este estilo

        No podemos bajar el análisis de todos los aspectos de actitud y de expresión de este estilo, cada uno de los cuales tiene su justificación en la estructura orgánica del conjunto; algunos, sin embargo, por su importancia o por la crítica de que han sido objeto, reclaman nuestra atención.
        En primer lugar está el vocabulario, el argot de los Cursillos como se le ha llamado. “La palabra viviente al servicio de la idea viviente”, que es postulado de todo estilo orgánico, exige que esta palabra sea tomada no del diccionario, sino de la vida misma. No es la elegancia de una frase, ni su perfección gramatical, ni el hecho de haber sido usada, lo que constituye la nota esencial de su valor de expresión, sino la existencia como tal valor en el léxico de nuestros interlocutores si queremos que esta palabra penetre eficazmente como íntima revelación de algo. Es un principio de la más elemental pedagogía hablar a los hombres un lenguaje que para ellos tenga valor y que ellos se entiendan. Todo dirigente “debe amar sinceramente a los de su ambiente, haber probado sus tentaciones más intimas, conocidos sus pasiones, sus rencores, tener sus pensamientos, su vocabulario”31.
        He aquí la razón de por qué en los Cursillos ciertas frases y ciertas palabras, muy bien estructuradas sin duda, pero que, por desgaste, han perdido su fuerza de expresión para quienes las han repetido u oído repetir sin penetrar sus sentido o quienes se han formado a golpes de vida recibidos Dios sabe en qué encrucijadas muy lejos de ambientes aterciopelados, han sido intencionadamente sustituidas por otras que tienen un fresco vigor de expresión y de significado y en las que no sería difícil descubrir una venerable ascendencia cristiana.
        Este principio no vale, sin embargo, para sacar la conclusión de que en los Cursillos se emplee la frase soez, la expresión indelicada como medio de captación. “Otra cosa es decir que los seglares hablan un estilo directo, donde la expresión de la verdad es al mismo tiempo testimonio y tiene, por lo tanto, la ardiente palpitación de la vida”32. Ni vale esto tampoco para hacer responsable al sistema de las posibles desviaciones de los individuos: Muchas veces hemos oído que debía ser tremendamente difícil cambiar en tres días una vida; ahora se nos exige que además del Evangelio enseñemos un tratado de urbanidad. No pretendemos fomentar un argot que no suena bien a los oídos de quienes tuvieron la suerte de poder escuchar siempre palabras según regla y orden, pero afirmamos que en tres días no se cambian unos hábitos y que hacer cuestión de buenas formas, estando de por medio la salvación, el Evangelio y la gracia es apuntar bajo y es mostrar más preocupación por la elegancia que por la santidad”33.
        Llamar a Cristo “el Amo” ha sido una de las expresiones más combatidas y he ahí cómo argumenta Leclercq sobre este significado. “Y hoy día que Jesús no está ya entre nosotros, en forma visible, hoy día en que es la iglesia la que habla en su Nombre, aquél que ve en Jesús al Amo y que en la Iglesia ve la Iglesia de Cristo, acepta las fórmulas de ésta, no por haberlas comprobado todas, sino porque ella es la iglesia de Cristo”34.
        La expresión “de colores” tiene un paralelo exacto con las palabras que emplea Guardini, al hablar de la fe: es la unidad de la luz la que contiene en su claridad toda la plenitud de los colores”35.
        La gracia “a presión” es equivalente a las palabras del Obispo Auxiliar de Malinas, cuando dice: “¿No sucede también que lanza el rayo en un alma y cambia repentinamente sus disposiciones con un voltaje de gracia extraordinaria?”36.
        ¿Para qué seguir, si en la Sagrada Escritura y en los Santos Padres y escritores eclesiásticos encontraríamos abundantes ejemplos de este grafismo de expresión, y que, sin embargo, a nadie escandalizan? ¿No será que se ha buscado el escándalo en el estilo de los Cursillos?
        Podríamos seguir analizando las principales actitudes en las que se refleja y expresa el estilo de los Cursillos de Cristiandad y seguiríamos encontrando también multitud de coincidencias, no sólo en el campo de lo esencial, sino también en lo aparentemente accidental, con otras posturas y actitudes de la más honda raigambre cristiana. A este respecto decía “Proa” en agosto de 1954, en el editorial titulado “Coincidencias”: “Anotando algunos textos de los Santos Padres sobre la oración con las manos extendidas (I Tim. 2,8), el P. Teodoro Baumann, S. J., escribe: “Por cierto se usa también actualmente en nuestras iglesias como expresión de una oración especialmente fervorosa”. San Agustín se refiere con frecuencia en sus escritos a las aclamaciones del pueblo, de las que escribía San Jerónimo que el “amén” resonaba como un trueno en el cielo, y es Etería, la peregrina española del siglo IV, la que nos dice que eran “infinitas las voces” de los niños respondiendo a las deprecaciones del Diácono”37.
        No hemos agotado, ni era nuestro intento, todos los matices del estilo de los Cursillos. Sería interminable y hasta innecesario tal estudio. Digamos solamente que este estilo no es una particularidad o capricho momentáneo, sino algo de capital importancia y que la evidencia de los hechos bastaría para dejar al margen toda discusión. En medio de un ambiente que cada vez parece menos cristiano, una experiencia de años y de positivos resultados nos permite afirmar que lo cristiano interesa de veras a los hombres de nuestros días siempre que se les presenta con un estilo vivo, directo, actual, reflejo de la inagotable posibilidad de adaptación que tiene todo lo católico.
       
ESTRUCTURA Y DESARROLLO

        La esencia, la técnica y el estilo se conjugan orgánicamente en un cursillo sobre el esquema de su estructura y desarrollo normales, formando como la trama que enlaza, lógica, psicológica y cronológicamente todos sus elementos y constituyendo lo que podríamos llamar la “arquitectura orgánica” de un Cursillo cuya estructura no es sino la ordenada distribución de todas sus piezas y cuyo desarrollo comprende la sucesión coordinada de todas sus fases.
        Visto desde cierta distancia, un Cursillo ofrece el aspecto de un conjunto en el que destacan unas personas que lo integran y unas verdades que se explican en el transcurso de unos días vividos en un lugar aislado. Esta visión rudimentaria, muy ajena a lo que en realidad es un Cursillo, pero que sintetiza los principales elementos de su armadura visible, puede, sin embargo, servirnos como base para el estudio y la visión conjunta de las piezas de su estructura y las fases de su desarrollo, que en otra ocasión analizaremos detalladamente.

Estructura de un Cursillo

Podemos distinguir entre las piezas fundamentales que forman la estructura externa de un Cursillo las siguientes: 

Los dirigentes
        
         Sacerdotes y seglares. Han de ser ante todo la encarnación viva de la doctrina; su misión no es tanto exponer la verdad, sino actuar de manera que esta verdad penetre las conciencia y las conquiste; tienen en sus manos los resortes de la técnica, que han de conocer y manejar de cara a la finalidad concreta del Cursillo; comparten conjuntamente y en proporción a su misión específica de Consiliario, Rector o Profesor la responsabilidad de la buena marcha del Cursillo.

Los cursillistas

        Constituyen lógicamente el sujeto del Cursillo, sujeto relativamente pasivo tan sólo, pues de sus condiciones depende de gran parte del fruto. No hay un tipo ideal de cursillistas, ni van todos al Cursillo con las mismas disposiciones, pero a todos alcanza la gracia de Dios.  No existe para el Cursillo diferenciación alguna de clases ni especialización de ningún género; una sola palabra resume todas las condiciones necesarias para asistir a un Cursillo: personalidad.

Auxiliares

        Son quienes cuidan de que nada falte en orden al alojamiento y estancia de los cursillistas y dirigentes. No tienen una vinculación directa con el Cursillo, pero la manera como cumplan su misión puede también tener repercusiones en la marcha del Cursillo.

Las meditaciones

        En número de cinco y a cargo siempre de los Consiliarios, se mueven todas, excepto la primera, en torno a la persona de Cristo, mirada desde distintos puntos de vista y de cara a las distintas fases y momentos del Cursillo.

Los “rollos”

        La palabra ha sido intencionalmente escogida para evitar el regusto académico de una conferencia o lección. Son los temas que, fuera de la capilla, desarrollan los dirigentes. Descontado el primero, que tiene una motivación circunstancial, son quince en total y vienen a ser otros tantos círculos concéntricos y de panorámicas cada vez más dilatadas descritos en torno al tema fundamental de todo el Cursillo, la gracia, cuya teología explican los Consiliarios, corriendo de cuenta de los seglares los restantes temas, que no son otra cosa que las consecuencias y posibilidades que de la gracia dimana y sus repercusiones prácticas en la vida, llevando de este modo a los cursillistas a una asimilación progresiva del concepto triunfal del cristianismo.

Los actos de piedad

        Se reducen diariamente a ofrecimiento de obras, meditación y misa por la mañana, y por la noche Rosario, visita, Examen de conciencia y oraciones de la noche. A éstos se añaden dos meditaciones y vía crucis en la primera noche, y hora apostólica el día de la clausura.

El lugar

        El lugar donde se celebra el Cursillo es también una de las piezas de su estructura. Un Cursillo de Cristiandad no puede desarrollarse en régimen abierto; requiere un clima propicio, y para ello el conveniente aislamiento de toda influencia o interferencia extraña que pudiera entorpecer su marcha. De ahí que los Cursillos se celebren siempre en lugares algo distanciados de los núcleos de población, si bien hay que tener en cuenta que una vez asegurado este necesario aislamiento la cuestión del lugar es ya secundario.





La duración

La duración de un Cursillo (una noche y tres días completos) está matemáticamente ajustada a sus objetivos; a primera vista parece insuficiente, pero intensamente aprovechados todos sus momentos, ofrece el marco adecuado y necesario para todo lo que se pretende conseguir sin que falte o sobre tiempo. La distribución del tiempo de un Cursillo se ajusta al siguiente esquema:

Introducción

        Abarca desde el comienzo del Cursillo – al anochecer del día de la llegada al lugar de su celebración – hasta la mañana del primer día.

Los tres días

        Los tres días del Cursillo siguen un horario idéntico aunque no matemático: meditación y misa, dos rollos por la mañana y tres por la tarde, Rosario y Visita, reunión de decurias (grupos en los que se divide el conjunto de los cursillistas), examen de conciencia y oraciones de la noche, intercalando, como es lógico, entre todos estos actos los tiempos libres necesarios para las comidas, descanso y cambios de impresiones, de tanta importancia como los mismos “rollos” si tenemos en cuenta que un Cursillo es una vida más que una teoría.

Preparación espiritual

        Siendo la eficacia de los Cursillos obra principalmente de la gracia, no se empieza ni se organiza ningún Cursillo sin que se haya designado antes a un Centro o grupo de cursillistas que con sus oraciones y sacrificios respalde espiritualmente la acción de los Dirigentes pidiendo al Señor todas las gracias necesarias para el éxito espiritual y apostólico del Cursillo.

Preparación material

        Ningún detalle debe fallar en un Cursillo; ello obliga a una minuciosa preparación que va desde la inscripción de los que hayan de asistir como cursillistas hasta la previsión de todos los detalles prácticos de organización, tales como cuartillas, lápices, impresos, etc. Nada se deja a la improvisación del momento; todas las piezas han de estar perfectamente dispuestas y ajustadas.







Desarrollo de un Cursillo

        En el desarrollo normal de un Cursillo se suceden y coordinan una serie de fases, distintas unas de otras, aunque de contornos a veces no perfectamente delimitados, y que no coinciden con el esquema de la distribución antes mencionada.
        La primera de estas fases o introducción (ordinariamente se le ha llamado Retiro Espiritual, pero esta denominación es inexacta) responde a la necesidad de situar a los cursillistas de cara al Cursillo. La tónica general es de desorientación y desconocimiento de lo que será el Cursillo. Abarca esta fase desde los comienzos hasta la mañana del siguiente día.
        A partir del desayuno del primer día se inicia la segunda fase, que alcanza hasta el quinto y último rollo de este mismo día al anochecer. Su finalidad principal es situar las principales ideas que han de servir de base y como punto de partida para el sucesivo desarrollo del Cursillo, presentándolos con una estructuración tan perfectamente lógica que se consiga como tónica general la incorporación teórica al menos de estas ideas por parte de los cursillistas.
        Una nueva fase, la más decisiva desde el punto de vista de la incorporación activa de los Cursillistas en el Cursillo, se abre con el rollo “Piedad”, último del primer día, y se extiende hasta la tarde del día siguiente. Su tónica es que el contenido del Cursillo no sólo interesa, sino que penetra ya, cediendo progresivamente todas las resistencias.
        En la tarde del segundo día comienza la cuarta fase del Cursillo que viene a tener función como de sístole y que aparentemente es un retroceso en la marcha del Cursillo. Aflora en ella la preocupación por la continuidad a la vista de las dificultades, principalmente ambientales, con que se tropezará después del Cursillo, preocupación que queda resuelta en la mañana del último día.
        La ultima fase, que se extiende desde el mediodía del día tercero hasta la Clausura, se caracteriza por un rápido movimiento “in crescendo”, que va desde el entusiasmo hasta la explosión jubilosa de la alegría apostólica que tiene su marco triunfal en el acto de la clausura.
        Todas estas fases, descritas aquí solamente a grandes rasgos, están íntimamente enlazadas con cada una de las piezas de la estructura y responden psicológicamente a las características de cada momento del Cursillo. La estructura y el desarrollo no son, sin embargo, sino la arquitectura general, el esqueleto externo de un Cursillo; pero un Cursillo es mucho más que todo esto, es vida, animación por la gracia de todas estas piezas y momentos, aprovechamiento de todas estas posibilidades para conseguir la finalidad del Cursillo: la comunicación jubilosa del ser cristiano.
        De esta manera sobre el armazón de la estructura se va fraguando por la gracia de Dios, el desarrollo normal de un Cursillo, en el que por todos los cursillistas, situados al partir en posiciones y disposiciones completamente distintas, se encuentran al final formando una unidad viva y abierto su espíritu a toda inquietud católica y apostólica.




V.      Dirigentes

        En anteriores capítulos hicimos alguna alusión, aunque solamente de paso, a los Dirigentes, pieza esencial y característica de la estructura de los Cursillos de Cristiandad y clave de su desarrollo; su importancia reclama, no obstante un estudio algo más detenido de su fisonomía y de su misión, ya que, de tejas abajo, un Cursillo, en definitiva, es y será lo que sean sus Dirigentes. 
        En un Cursillo de  Cristiandad el dirigente no es quien se limita a la exposición convincente de una verdad, sino quien, encarnándola en su vida, es el instrumento de la comunicación de esta verdad en orden a suscitar, orientar y conseguir de los demás la adhesión sincera, práctica y viva a esta misma verdad. “Sólo las almas – ha escrito el P. Lippert, S. J. – pueden influir sobre las almas de manera que se llegue a tocar en lo íntimo, se engendre de nuevo algo vital, brote y crezca. Y tal eficiencia así íntimamente conformada, en lo bueno lo mismo que en lo malo, no brota sino de almas que irradian su ser sobre los demás, siquiera sea a través de vehículos diversos, por el tono de su voz y por las miradas, por las palabras y por sus escritos”1
        Sería interminable y creemos que innecesario incluso intentar ahora exponer o resumir siquiera toda la doctrina acerca de la importancia, responsabilidad, cualidades, misión, etc., de los dirigentes y aplicarla luego a los Cursillos. Todo ello ha sido amplia y autorizadamente tratado desde los más diversos puntos de vista y existe entre todos los autores una coincidencia fundamental, al menos en los puntos más principales, que nos revela de este trabajo que forzosamente habría de ser una repetición. Recordemos como síntesis de todo aquellas palabras con que San Pio X perfilaba la personalidad de los dirigentes en el campo del apostolado y que en toda su extensión podemos aplicar a los dirigentes de un Cursillo: “Han de ser católicos macizos, convencidos de su fe, sólidamente instruidos en las cosas de religión, sinceramente adictos a la Iglesia y en particular a esta Supremo Cátedra Apostólica y al Vicario de Jesucristo en la tierra, personas de piedad genuina, de varoniles virtudes, de costumbres puras, de vida tan intachable que sean a todos eficaz ejemplo”2.
        Los dirigentes han de ser el fermento vivo y vivificador de un Cursillo. Por su personalidad, su espíritu sobrenatural y su criterio apostólico, unidos al conocimiento de la técnica, conscientes en todo momento de su responsabilidad, han de ser los instrumentos humanos para la acción de la gracia en las almas de los cursillistas: argumento vivo y convincente de todo el contenido del Cursillo, y responsables en todo momento de la marcha del mismo.
        Tres aspectos fundamentales podemos destacar en la fisonomía de los Dirigentes de los Cursillos de Cristiandad: Personalidad, espíritu y criterio.
        Si al hablar de los cursillistas establecimos como principal criterio de selección el que tuvieran una personalidad humana cuanto más acusada mejor, mucho más es necesaria esta personalidad en los Dirigentes. En contacto con los demás, el Dirigente ha de ser y actuar como fermento renovador, y para ello no puede ser uno más, sino una individualidad destacada y activa; su personalidad, equilibrio de valores humanos, ha de ser lo suficientemente acusada para que en ella se revele no el tipo “estándar” sino el hombre profunda y vigorosamente labrado con precisión y finura de artesanía, nunca acabadamente logrado, pero en camino siempre de una constante superación.
        No existe una definición ni un tipo único de personalidad. No son estos o aquellos valores los que en último extremo la constituyen, sino que el equilibrio y el contrapeso de todos ellos en cada caso individual – nunca más exacta la palabra – es el coeficiente máximo y el más seguro criterio para valorar la personalidad en el sentido que nos interesa, y es este equilibrio complementario hacia donde es necesario dirigir con tenacidad ilusionada todos los esfuerzos y todas las posibilidades siempre que aspiremos obtener la personalidad del Dirigente.
        No basta, sin embrago, la personalidad, la hombría para una misión de honda responsabilidad apostólica; es necesaria también la aspiración sincera a la santidad; más aun, sin ella la misma personalidad deja ya de ser tal por faltarle el valor esencial de los cristianos. De ahí la profunda necesidad del espíritu sobrenatura en el dirigente; espíritu que no descuida ni supervalora tampoco lo humano, sino que lo armoniza de manera tal con lo divino que del dirigente ha de poder decirse que aspira a ser tan santo que parece hombre y aspira a ser tan hombre que parece santo. Podríamos aquí repetir las palabras de Sciacca que ya citamos en otro lugar: “Encarnación de los valores cristianos, de manera que éstos no sean solamente ideas bien hartadas de silogismos en el salón de la razón abstracta, sino que vistan carne, huesos, sangre, nervios; que estén personificados en un hombre que ya con su misma figura, de la que trasluzca la interior nobleza espiritual, se haga testigo de ellas hasta en su gesto más insignificante, el cual, en su divina sencillez, fascina y hace caer de rodillas más que cualquier pomposidad3.
        Este espíritu sobrenatural ha de reflejarse en una ilusión viva en la eficacia de las promesas divinas, que son garantía de solución y seguridad de triunfo ante cualquier problema o dificultad cuando se busca la gloria de Dios, una entrega sin reservas a la voluntad del Señor para colaborar en su obra redentora, y un gran espíritu de caridad, que es comprensión, delicadeza y tacto para sentir como propias las preocupaciones de los hermanos. Una síntesis, en fin, lo más completa posible de disciplina, iniciativa, generosidad, fe viva, humildad, esperanza y caridad.
        La actuación del Dirigente reclama además en él un criterio apostólico que no es sólo conocimiento de la técnica, sino más bien voluntad de equilibrio en la verdad para captarla o poseerla más plenamente, por una parte, y por otra, talento o juicio práctico para resolver de cara a la gloria de Dios y a la luz de la verdad asimilada las situaciones concretas que el desarrollo de un Cursillo pueda plantear y aplicar, tallados a medida para cada caso concreto, los principios de la esencia, de la técnica y del estilo de los Cursillos. “Aunque la verdad sea una, el modo de hacer adherirse un alma es singular, es “creación” personal para una persona particular, singular. Y esto comporta finura psicológica, y, sobre todo, arrojo y participación. A cada alma su palabra. La palabra, que es vida interior, suscita otra vida interior, excava y penetra, echa raíces y da frutos. No se debe hablar en abstracto, repetir fórmulas intangibles, sino vivirlas y hacerlas vivir, hacer de ellas presencia interior, hacer que encarnen y que sean presencia interior en el alma de los demás”4.
        En la línea de este criterio apostólico podríamos destacar como fundamental la postura que suponen estas palabras de Levelle, citada por Mons. Suenens: “El mayor bien que hacemos a los demás no es comunicarles nuestras riquezas, sino descubrirles las suyas”.
        Sin criterio el espíritu apostólico correría cuando menos el riesgo de la imprudencia y sin aquel espíritu este criterio sería como un cuerpo sin alma.

Labor conjunta y en equipo  

        Aunque la misión del Consiliario, del Rector y de los Profesores en un Cursillo sea especialmente distinta, coincide, sin embargo, en un punto fundamental característico a la vez de los Cursillos: la responsabilidad conjunta, que exige también una labor conjunta y en equipo y, para ello, una unidad de pensamiento y de voluntad, una visión conjunta de la panorámica total de Cursillo por acoplamiento de las visiones parciales, una responsabilidad en la ejecución práctica de todo el plan compartida por todos y una programación eficaz de la misión y de los objetivos particulares de cada uno.
        Este trabajar en equipo, matiz característico de los Cursillos, multiplicar la eficacia al vincular estrechamente entre sí la actuación del sacerdote y la del seglar. Se trata, en efecto, de una asociación de acciones muy distinta de la manera en que muchas veces es concebida y realizada, pues se trata, por una parte, de una acción eminentemente sacerdotal, no invadida nunca por una intromisión laical, mientras existe, por otra parte, una acción específicamente seglar, ordenada y subordinada siempre a aquélla, pero no invadida tampoco, suplida y monopolizada, sino ambas eficazmente trabadas, íntimamente vinculadas y mutuamente ampliadas. La misión de los seglares en la Acción Católica, que, en frase de Pio XI, “está llamada a un ministerio que no dista mucho del sacerdotal”5, encuentra en los Cursillos de Cristiandad un campo de eficaz y segura realización minuciosamente estudiado y constantemente respaldado, al tiempo que la acción del sacerdote adquiere una profundidad aún mayor al trabajar sobre un terreno previamente dispuesto y en una labor propia y específicamente sacerdotal. Ni un Cursillo es obra de seglares ni sólo el sacerdote, como sucede en los Ejercicios Espirituales, puede llevarlo a cabo, sino que exige la colaboración de ambos, y esta colaboración revaloriza a los ojos de ambos la misión de cada uno, pues para el seglar el sacerdote es el dispensador indispensable de la gracia, el maestro de la doctrina y el que tiene por misión la palabra definitiva en los intereses de las almas, mientras que el seglar es para el sacerdote como su instrumento complementario situado activamente en una misma vanguardia, realizándose plenamente aquellas palabras de Pio XII: “Y al lado de los sacerdotes dejad al pueblo seglar que ha aprendido a penetrar mentes y corazones con su palabra y su amor, dejadle hablar”6. De esta manera nace entre ambos una nueva vinculación sobrenatural que va mucho más lejos de una simple convivencia hasta alcanzar matices insospechados en la caridad de Cristo.
        Las características generales de los Dirigentes de un Cursillo que vimos anteriormente constituyen lo que podríamos llamar el común denominador de su fisonomía como tales; la misión especifica de cada uno en el desarrollo de un Cursillo establece, sin embargo, una diferenciación y una jerarquía de funciones que es preciso conocer para completar el estudio de los Dirigentes en los Cursillos de Cristiandad. La primera en importancia de estas funciones por la dimensión de su profundidad es la del sacerdote.

El sacerdote, Director Espiritual y Consiliario

        “El sacerdote es, en realidad, escribíamos hace años en “incunable”, el corazón, el eje vivo de todo el Cursillo. Él orienta y vigila, anima y controla y en el subsuelo del Cursillo, es la pieza principal de su complicado engranaje, ya que es el juez que decide las dudas o replantea los casos. Su misión no aparece, sin embargo, y los resortes están en manos del Rector y de los Profesores”7.
        En nombre del Director Espiritual, con que de ordinario se ha designado al Sacerdote en los Cursillos, no responde quizá plenamente a su verdadera misión. En efecto, el sacerdote es en el Cursillo algo más que un Director Espiritual según la corriente acepción de esta palabra, pues su labor no se limita tan sólo a lo interno, sino que interviene también, directa aunque no  abiertamente, en lo externo.
        Algo más expresa quizá la palabra Consiliario, en el significado que a ella se le da en la Acción Católica, si bien tampoco nos revela plenamente la misión del Sacerdote en el Cursillo, ya que no tiene, ni por otra parte necesita tener, la autoridad jerárquica que por delegación tiene el Consiliario en la Acción Católica.
        La misión concreta del Sacerdote en un Cursillo podríamos decir que participa de ambos conceptos: es el Director Espiritual de los cursillistas y el Consiliario del Cursillo.

Misión plenamente sacerdotal

        La finalidad misma y el clima en el que se desarrolla un Cursillo hacen que la misión del Sacerdote discurra en él por cauces alejados de toda preocupación ajena a la gloria de Dios; de ahí que su misión sea plena y netamente sacerdotal, ejercicio de sus poderes divinos e irradiación de su sacerdocio de cara a la santificación de las almas. Junto a los demás Dirigentes se destaca fuertemente la misión del Sacerdote, ya que él es el único que, en delegación de Dios, tiene y maneja las llaves de las conciencias y a través de él ha de llegar la eficacia sobrenatural de Cursillo.
        Este carácter eminentemente sacerdotal de su misión en el Cursillo exige del Sacerdote una auténtica vida de fe, un gran espíritu sobrenatural, una profunda vida interior que abra  camino a todos los demás Dirigentes, de tal manera que toda su actuación sea como el eco normal de una vida interior que se improvisa para los tres días del Cursillo, y que tiene muy en cuenta que existe también en su vida una eficacia que depende no ya de los poderes, sino de la persona misma que los maneja.

Función del Sacerdote en el Cursillo

        Por su carácter sagrado, el Sacerdote tiene en el Cursillo el magisterio y el ministerio de la Gracia.
        Por la función de magisterio ha de “llevar a las conciencias la Palabra de Cristo y hacer que las penetre y conquiste”8. En la crisis de muchos cristianos es fácil descubrir más que una falta de moral una lamentable ignorancia de la doctrina; por eso el Cursillo ha de ser una verdad que lleve a la vida, y en la comunicación de esta verdad el Sacerdote tiene la parte principal. Él es quien pone los cimientos dogmáticos de la doctrina, de los que las afirmaciones de los seglares no serán otra cosa que su consecuencia.
        Esta función de magisterio la realiza el Sacerdote en el Cursillo a través de las meditaciones y de los rollos. Unos y otros – diez en total – han de llevar a los cursillistas las verdades luminosas de la teología de la gracia y la atracción del conocimiento de la Persona de Cristo. Y esto no se improvisa: requiere estudio y preparación y, sobre todo, oración. La estructuración ha de ser profundamente dogmática, las afirmaciones seguras, las conclusiones lógicas, medidas incluso las palabras para llegar a una presentación que haga asequible la doctrina a la mente de los cursillistas. No se trata, pues, ni de piadosas consideraciones ni tampoco de lecciones académicas, sino de una síntesis de profundidad y de sencillez tal que a través de ella se pueda conseguir una vertebración doctrinal para estructurar en cristiano toda la vida y derivar los principios de solución de todos los problemas que, en cada caso, se aplicarán individualmente.
        La función de ministerio ha de llevar la Gracia a las conciencias y ha de abrir las conciencias a la Gracia mediante el ejercicio de los poderes sacramentales. La confesión, necesaria en la mayoría de los casos, y la comunión imprescindible en todos, constituyen un capítulo trascendental en el desarrollo de un Cursillo cuya primera etapa puede considerarse superada cuando a través de estos Sacramentos los cursillistas forman una unidad viva en gracia. No es necesario en este punto destacar la importancia única de la misión del Sacerdote en el Cursillo ni de la manera de cumplirla. Él es quien, velando por la santa integridad del Sacramento y manteniendo velado incluso el número de los que se hayan confesado, ha de manejar y orientar las corrientes subterráneas del Cursillo para hacer llegar la llamada del perdón a las conciencias más rebeldes o alejadas. A nadie, es verdad, se le puede ni se debe forzar para que se confiese, pero a todos hay que saber dar las máximas facilidades ayudando a los indecisos, excitando la voluntad de los remisos y allanando        psicológicamente las dificultades externas de este paso siempre difícil.
        Como eficaz complemento de estas dos funciones se le abre al Sacerdote en el Cursillo el ancho y fecundo campo de la Dirección Espiritual como medio para la orientación eficaz y precisa de todos los cursillistas y aun de todo el Cursillo de cara a su finalidad sobrenatural y apostólica.
        Las charlas aparentemente ocasionales del Sacerdote con cada uno de los cursillistas individualmente ofrecen la oportunidad para esta Dirección Espiritual. Es entonces cuando el Sacerdote consciente de lo que lleva entre manos centra y concreta la verdad del Cursillo en el alma de cada cursillista, resuelve las dudas o soluciona problemas y, operando desde dentro, remacha en la conciencia los estoques que los seglares habrán clavado por fuera. Para esto el Sacerdote, lejos de desnatarse de los demás, ha de tratarlos a todos, ha de conocerlos a todos, ha de estar con todos en un contacto íntimo y constante para todo lo cual el mismo desarrollo y estructura del Cursillo le ofrecen todos los elementos necesarios.
        Sólo así es posible que el Cursillo termine por parte de cada cursillista con una Hoja de Servicios ajustada a sus posibilidades y necesidades que sea garantía de continuidad, concretada bajo la orientación del Sacerdote y punto de partida para la Dirección Espiritual que el cursillista empezará después del Cursillo.
        Mirando a la colectividad, el Sacerdote actúa como Consiliario para hacer sentir y vivir en todo el Cursillo un clima de sobrenaturalidad y de espíritu de caridad que sea reflejo de la maravillosa realidad del Cuerpo Místico. Ello exige la presencia del Sacerdote en todos los actos y detalles, aun los más mínimos, del Cursillo, ejerciendo su misión lo mismo en los actos de piedad que en los momentos de alegre esparcimiento.
        Si bien el desarrollo de un Cursillo está en lo externo, totalmente en manos del Rector y de los Profesores seglares, no se sustrae a la dirección subterránea del Sacerdote, quien debe considerar no como un ayudante o auxiliar, sino como Consiliario también de los Dirigentes, de tal manera que aproveche todas las ocasiones para aumentarles su ilusión, su entrega y su espíritu de caridad. En las reuniones con los Dirigentes el Sacerdote es quien tiene la palabra decisiva, siendo necesario para ello que conozca bien la técnica de los Cursillos para no sentirse en un plano de inferioridad respecto a los seglares ni aventurarse a soluciones improvisadas e impuestas por autoridad, sino para adoptar conjuntamente las decisiones que en cada caso reclama la buena marcha del Cursillo de cara a su finalidad y a las exigencias de su técnica.








       
El Rector del Cursillo

         Si la misión del Sacerdote es la más importante en un Cursillo por la dimensión de su profundidad, en el orden externo es la función del Rector la que aparece como pieza fundamental y clave del Cursillo.
        El Rector es el Dirigente seglar a quien está confiada la mayor responsabilidad en la realización de un Cursillo; él viene a ser el eje de su estructura, pues hacia él convergen las líneas fundamentales de toda la arquitectura externa del Cursillo, y es él el cerebro de su desarrollo encargado de conducirlo junto con los demás dirigentes a su finalidad precisa.

Misión del Rector

        La misión del  Rector, como indica su mismo nombre, es regir la realización del Cursillo. El Rector no está puesto para mandar ni para decidir arbitrariamente o señalar a su antojo el camino a los demás, sino para regir el Cursillo, haciendo que en todo momento discurra por los cauces normales de su desarrollo.
        Regir la realización de un Cursillo exige que el Rector posea la verdad de lo que se quiere conseguir, de los medios de que se dispone para conseguirlo y de la realidad o fisonomía propia de aquel Cursillo concreto.
        La posesión clarificada de la verdad de un Cursillo es condición indispensable para regir su desarrollo. Sólo viendo y conociendo con nitidez la suprema razón de una meta pueden ordenarse eficazmente hacia ella todos los efectivos y prevenir o resolver cualquier posible desviación. Es necesario, por lo mismo, que el Rector tenga un conocimiento claro y exacto de la esencia y de la finalidad de los Cursillos; a él más que a ningún otro de los dirigentes se le exige que tenga en este punto un criterio que ya por su misma madurez sea garantía de seguridad.
Es preciso además que el Rector conozca los medios concretos de que dispone para alcanzar la meta del Cursillo, es decir, la técnica del Cursillo y la manera eficaz y práctica de manejarla. Ha de conocer toda la gama de la técnica, para aplicar en cada caso concreto aquellos puntos que hayan de ser más eficaces, impulsando, construyendo y regulando la situación precisa de cada momento.
        Regir la realización de un Cursillo exige, por último, el conocimiento de la realidad concreta del mismo. Al Rector corresponde hacerse cargo con precisión de la fisonomía peculiar del Cursillo, sacando de los matices individuales la panorámica general del mismo. Sólo así es posible ir certeramente hacia la raíz de cada situación y emplazar estratégicamente los efectivos del Cursillo.








Sus características

         Cuando dijimos al hablar de las características de los dirigentes es fundamentalmente aplicable a las características del Rector, ya que sólo el grado en que un dirigente las posea y actualice puede ser criterio para encomendarle la responsabilidad de la realización de un Cursillo, pues no es la edad, la cultura, la facilidad de exposición, ni la misma antigüedad en los Cursillos, sino la personalidad, el espíritu y el criterio lo que debe presidir tal decisión.
        Puestos, sin embargo, a señalar alguna de las más destacadas cualidades que en la síntesis de todas ha de poseer el Rector de un Cursillo, diríamos que ésta ha de ser la persuasión, que en definitiva no es dialéctica de argumentación, sino disposición de comprender y facultad de convencer más que con razones, por razón del convincente modo de vivirlas y comunicarlas.

Función del Rector

Aunque no es el Rector quien haya de hacerlo todo en un Cursillo, él es, sin embargo, el responsable de que todo se haga y de la manera como haya de hacerse.
A su cuidado están todos sus detalles de organización material, distribución de horarios, burocracia, etc. El es quien, ya desde los comienzos, ha de centrar el Cursillo de cara a la colectividad en cada una de las distintas fases de su desarrollo, interviniendo para ello en los momentos señalados. A excepción de las meditaciones, a él corresponde dirigir todos los actos de piedad, lo mismo que la reunión de Decurias y la Clausura. En cuanto a los rollos, no es esencial que haga muchos ni determinados, siendo mejor que no corran a cargo de él aquellos que exigen una intervención más dinámica, reservándose el Rector en estos casos para centrar el contenido ideológico.
Ha de mantener un contacto personal con todos los cursillistas sin dejar zonas neutras, concretando al final del Cursillo la panorámica apostólica sobre todo con los más destacados.
Ha de trabajar siempre en equipo con todos los demás dirigentes, valiéndose de la orientación del sacerdote para determinar la estrategia del Cursillo y sirviéndose de los demás dirigentes para cubrir los objetivos tácticos.
Y todo ello sin imponer su autoridad, sin hacer valer su título de Rector, sino estando siempre al servicio de todos y disponiéndolo todo no de cara a sus criterios o preferencias, sino de cara a las almas, amando a todos en un mismo esfuerzo para lograr la finalidad que a todos, pero a él de manera particularísima, incumbe: la realización del Cursillo. 
         




       
  
   


[1] “Una tentación Sutil”, “Proa”,  octubre de 1963, núm. 179 y febrero de 1955, número 195.
[2] “Boletín Oficial del Obispado”, julio de 1964, pág. 362.
[3]   Discurso de Clausura de la XV Diocesana,  “Proa”, enero de 1954, número 182.
[4] Pío XI, Cart. Ecicl. Sobre la situación de la Iglesia Católica en el Reich Germánico “Mit Bremmender Sorge”.
[5] Discurso de clausura de la XI Asamblea Diocesana, “Proa” diciembre de 1949, núm. 133
[6] “Signo”, 3 de septiembre de 1949, núm. 503.
[7] “Eccclesia” 25 de septiembre de 1954, pág. 347.
[8] “Signo” (Ibid).
1 “Boletín de Dirigentes”, núm. 16. Enero de 1947, pág. 9.
2 Pío XI, Carta al Episcopado de Colombia, 14 de febrero de 1934.
3 Pío XI, Carta al Cardenal Segura, “Laetus sane”.
4 No como curiosidad bibliográfica, ni menos como nota de erudición, sino por la trascendencia que tuvieron para nosotros así como por la que puedan tener para quienes desean una visión más amplia de todo lo dicho, queremos citar las siguientes obras, todas ellas de positivo valor apostólico fruto del criterio que les informa: Romano Guardini, “La Esencia del Cristianismo” (año 1945); Karl Adam, “Cristo, nuestro hermano” (1939); Alceo Amoroso Lima, “Tristán Athayde”; “Los mitos de nuestro tiempo”(1944); Pedro Bayard, “La Acción Católica especializada”(1944); Cardenal Manuel G. Cerejeira, “La Iglesia y el pensamiento contemporáneo”(1945); Manuel García Morente, “Ideas para una filosofía de la Historia de España”(1943). Con toda intención hemos indicado la fecha a que pertenecen los ejemplares de que nos hemos servido, para hacer notar cómo todos ellos son anteriores a la fecha inicial de los Cursillos, y mucho antes que ésta llegaron a nuestras manos, todo lo cual confirme nuestro aserto de que la teoría de los Cursillos no fue una improvisación. Lo que sí es realmente lamentable que estos libros, auténticos valores del pensamiento católico moderno, permanezcan ignorados por quienes andan leyendo o, lo que es peor, escribiendo libros cuyo único valor está en repetir y desfigurar lo que otros han dicho y cuyas soluciones son, en el mejor de los casos, inoperantes e ineficaces.
5 “Estamos en línea”, “Proa”, marzo de 1953, núm. 172
6 “La Acción Católica especializada”, por Pedro Bayard, págs. 76 y siguientes
7 “Signo”, de 22 de mayo de 1954, núm. 749, pág. 7.
8 “El cómo y el porqué”, “Proa”, marzo de 1953, núm. 166.
1 “Proa”, núm, 123, febrero de 1949, pág. 5.
2 Discurso de clausura de la XII Asamblea, “Proa”, núm. 146, enero de 1951, página 14.
3 “Proa”, núm. 186, mayo de 1954, págs. 6 y 7.
4 “El cómo y el porqué”, “Proa”, núm. 197, abril de 1955, págs. 10 y 11.
5 Carta dirigida al Cursillo 50, “Proa”, núm. 153-154, agosto – septiembre de 1951, pág. 6.
6 Discurso de Clausura del Cursillo 100, “Proa”, núm. 187, junio de 1954, página 4.
1 “Catolicidad”, editorial publicado en “Proa”, núm. 170, enero de1953, pág. 1.
2 “Proa”, núm. 179, octubre de 1953, pág. 7.
3 “Boletín Oficial del Obispado de Mallorca”, julio de 1954, pág. 365.
4 “Proa”, núm. 187, junio de1954, pág. 8.
5 “Proa” núm. 172, marzo de 1953, pág.8.
6 “Proa”, núm. 179, octubre de 1953, pág. 4.
7 “Proa”, núm. 197, abril de 1955, pág. 12.
8   Proa”, núm. 191, octubre de 1954, pág. 8.
1 “Ecclesia”, núm. 691, 9 de octubre de 1954, pág. 402.
2 “Proa” núm. 179, octubre de 1953 pág. 4.
3 “Proa”, núm. 187, marzo de 1954, pág. 8.
4 “Proa”, núm. 184, marzo de 1954, pág. 6.
5 “Ecclesia”, núm. 691, 9 de octubre de 1954, pág. 402.
6 “Proa”, núm. 183, febrero de 1954. pág. 8.
7 “Proa”, núm. 183. febrero de 1954. pág. 8.
8 “Proa”, núm. 197. abril de 1955. pág. 3.
1 Pío XII: Exhortación a los fieles de Roma, 10 de febrero de 1952
2 Pío XII: Ibid
3 Pío XII: Exhortación a los fieles de Roma, 10 de febrero de 1952
4 Pío XII. Carta Encíclica “Mit. Bremmender  Sorge”
5  Pío XII: Carta  Encíclica “Mystici Corporis”.
6  Pío XII: Discurso a la Juventud Católica de Roma,  de 8 de diciembre de 1947.
7  Pío XII: Discurso a los fieles de la Parroquia de San Sabas.
8 Pío XII: Discurso al Congreso Eucarístico Internacional de Río de Janeiro, julio de 1955.
9 Pío XII: Carta Encíclica “Mytici  Corporis”.
10 Pío XII: Exhortación  a los fieles de Roma, 10 de febrero de 1952.
11 Pío XII: Discurso en el XXX aniversario de la Acción Católica Italiana.
12 San Pio X: Carta Encíclica “II fermo propósito”
13 Pío XII: Exhortación a los fieles de Roma, 10 de febrero de 1952
14 Pío XII: Ibíd.
15 Discurso en la Clausura del Cursillo cien. “Boletín Oficial del Obispado de Mallorca”, julio 1954, pág. 362.
16 “Proa”, junio de1953, num. 175, pág.2.
17 “Proa”, agosto de 1953, num.177, pág. 1.
18 Pío XII: Exhortación a los fieles de Roma, 10 de febrero de 1952.
1 Jacques Lecrerq, “La enseñanza de la moral cristiana”. Ed. Desciée de Brouwer, Bilbao, 1952. pág. 19. Es interesantísima a este respecto la lectura de todo el capítulo segundo titulado “moral y cristianismo”.
2 Karl Adam, “Cristo nuestro hermano”. Ed. Herder, Barcelona, 1939, pág. 33.
3 Jacques Lecrerq, “La enseñanza de la moral cristiana”, pág. 106.
4 M. F. Sciacca, “La Iglesia y la civilización moderna”. Ed. Luis Miracle, Barcelona. 1949, pág. 75
5 San Mateo, 13, 8.
6 Uno de los estudios más sinceros y completo lo constituye la reciente carta pastoral del excelentísimo y reverendísimo señor Obispo de Solsona y que ha merecido ser elogiosamente  comentada por el “Obsservatore Romano”.
7 Alocución de S. S. Pío XII en la Pascual de Resurrección, 5 de abril de 1953.
8 “El cómo y el porqué”, “Proa”, núm. 197, abril de 1955, pág. 10
9 Jacques Leclerq, “La enseñanza de la moral cristiana”, págs. 70 y 56.
10 Id., págs. 46 y 69.
11 Karl Adam, “Cristo nuestro hermano”, págs. 40 y 63.
12 M. F. Sciacca, “la Iglesia y la civilización moderna”, Pág. 79
13 Karl Adam, “Cristo nuestro hermano”, pág. 149.
14 Michael Schmaus, “Sobre la esencia del Cristianismo”. Col. Patmos, Madrid, 1952, pág. 16.
15 Romano Guardini, “La escuela del Cristianismo”, Ed. Nueva Época. Madrid, 1945, pág.12.
16 Id., págs. 13 y 14.
17 Michael Schmaus. “Sobre la esencia del Cristianismo”, pág. 24.
18 Jacques Leclerq, “La enseñanza de la moral cristiana”. Ed. Desciée de Brouwer, Bilbao, 1952. Las citas corresponden, respectivamente, a las págs. 14, 46, 48, y 107.
19 “Proa”, núm. 134 enero de 1950, pág. 8.
20 Romano Guardini, “El Señor”. Col. Patmos, tomo II, pág. 257.
21 A. Muñoz Alonso, “Andamos para las ideas”, pág. 51.
22 G. Thibon, “El Pan de cada día”, Col. Patmos, pág.183.
23 “El cómo y el Porqué”. Finalidad de los Cursillos, “Proa”, núm. 201 - 202
24 Romano Guardini, “El espíritu de la liturgia”, pág. 105.
25 Ernesto Hello, “El hombre”, pág. 309.
26 Romano Guardini, “El espíritu de la liturgia”, Edit. Araluce, pág. 106.
27   Ernesto Hello, “El Hombre”, Edit. Difusión, pág. 309.
28 “El cómo y el porqué”, “Proa”, marzo de 1956, núm. 208, pág. 8.
29 “El cómo y el porqué”, “Proa”, septiembre de 1955, núm. 202, pág. 4.
30 “El cómo y el porqué”, “Proa”, marzo de 1956, núm. 208, pág. 8.
31 Pedro Baqart, “La Acción Católica especializada”. Prólogo del doctor Enrique Rau. Edit. Desclée de Brouwer, pág. 22
32 “Cursillos de Cristiandad”, Ponencia de la XVII Asamblea, “Proa”, enero de 1956, núm. 206. pág. 14.
33 Ibíd., pág. 13.
34 Jacques Leclerq, “Dialogo del hombre y de Dios”. Edit. Desclée de Brouwer, pág. 152.
35 Romano Guardini, “Vida de la fe”. Edit. Difusión, pág. 28.
36 Mons. León José Suenens, “La Iglesia en estado de misión”. Edit Desclée de Brouwer, pág. 74.
37 “Proa”. Editorial “Coincidencia”, agosto de 1954, núm. 189, pág. 3.
1 Peter Leppert, S. J., “De alma a alma”. Edit. Herder, Barcelona, 1953, pág. 43.
2 San Pío X, Cart. Encicl. “II fermo propósito”
3 M. F. Sciacca, “La Iglesia y la civilización moderna”. Edit. Luis Miracle, Barcelona, 1949, pág. 75.
4 M. F. Sciacca, “La hora de Cristo”. Edit. Luis Miracle, Barcelona, 1954, pág. 199
5 Pío XI, Carta “Lactus sane”.
6 Anuario Petrus, vol. 45, pág. 50.
7 “Incunable”, núm. 51, mayo de 1953, pág. 16.
8 M. F. Sciacca, “La hora de Cristo”, pág. 198.

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